Supongo que es cuestión de estadística. Al final, si te mueves un poco, te acabas dando cuenta que te has cruzado -esperemos que sin querer- con un asesino.
Pensaba en esto el sábado, cuando regresé a Badalona. Junto al colegio donde estudiaban nuestras hijas hay una tienda de segunda mano donde, a menudo, compraba discos, DVDs o cómics.
Y justo enfrente (y al lado del colegio donde estudió Raquel) está la casa donde vivía uno de los condenados por el famoso crimen de la Guardia Urbana.
La verdad es que apenas recuerdo nada de la época en la que sucedió, bastante follón había en la calle en Cataluña en aquel entonces. Pero meses después, gracias a documentales true-crime, el caso se convirtió en el fenómeno mediático que hemos devorado en casa, como tanta otra gente.
Estaba mirando la fachada de la casa y pensaba cuántas veces me lo habría cruzado. Y pensaba la cantidad de crímenes horrorosos leí de pequeño: mi abuelo era amigo del editor de El caso y le mandaba gratis el periódico a casa. Bueno, periódico por decir algo: era un panfleto que rebosaba sangre y morbo y que yo ojeaba en una mezcla de fascinación y horror.
Han pasado 40 años, el true-crime parece estar más en forma que nunca. La gente devora los contenidos en plataformas. Y las editoriales aprovechan el tirón y sacan libros infames, sin editar, porque hay un público que lo va a consumir (como el que acabo de leer y que me ha dado ganas de tirar a la basura). Otros sí merecen la pena, claro.
¿Cómo debe ser ese momento sin vuelta atrás en el que sabes que vas a matar a alguien? ¿Me habré cruzado con algún otro asesino? Seguro que sí. Me acuerdo que, en mi primer trabajo en comunicación sanitaria, coincidí en la clínica oftalmológica en la que trabajaba con uno de los abogados penalistas más famosos que había entonces. Él era todo un personaje. Y lo sabía. Se despedía diciendo: "Hasta luego. Si matas a alguien, ya sabes dónde encontrarme". Genio y figura. (Espero no necesitar jamás de los servicios de este tipo de profesionales).
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