martes, 4 de febrero de 2025

Un personaje para mi libro de viajes (o dos)

Sigo con el interesante curso de literatura de viajes. La semana pasada me pusieron de deberes describir un personaje en unas 500 palabras, así que allá va.

Un personaje (o dos)

El viaje se acababa. Seguíamos con esa obsesión -un poco absurda- de probar cuantos más tipos diferentes de comida. En noviembre de 2003 tampoco era tan habitual encontrar kebabs en España. En la principal calle de Auckland -Queen St- había uno, entre tiendas de souvenirs y joyerías con piezas inspiradas en El Señor de los Anillos. Y allí fuimos a comer nuestra última cena en Oceanía.

El local tenía un mural grande con fotos de clientes. Siempre cotilleo cuando veo algo así. Entre las diferentes imágenes, destacaba una con un par de tipos disfrazados de tunos, descojonados mientras se hacían las fotos con los paquistaníes, en la acera, frente a la cristalera del restaurante.

No dábamos crédito a lo que veíamos. Dos tíos con calzas, capas, esclavinas, becas y bandurrias. Pero es que, además, se veían perfectamente los detalles: eran de la tuna de la facultad de peritos agrónomos de Tarragona. Y sus nombres de guerra eran El Tortillo y El Arguiñano.

Me fascina la mente humana. Y me fascina aún más plantearme qué se les pasa por las cabezas a dos tipos que deciden cruzarse el mundo disfrazados del siglo XVI y tocando Clavelitos. Supongo que hay que dejar la vergüenza en casa y echarle mucho morro a la vida.

Varias veces he buscado sus alias en Google, sin respuesta. Hay un grupo de Facebook de su tuna, que quedó mudo hace cuatro años. He intentado identificarles en las fotos para escribirles después, sin suerte. Me gustaría preguntarles qué les motivó a acabar en aquel kebab. Si lo único que querían era una comida gratis y si les funcionaba una y otra vez la táctica de sacar los instrumentos y los zapatos con cascabeles en la punta para cenar de gorra. Seguro que tenían historias formidables que contar.

Apenas recuerdo sus caras: uno creo que estaba calvo, el otro tenía pelo. No tenían barba, como esos tunos treintañeros que parece que repiten año tras año porque no saben vivir otra vida y necesitan ser parte de algo, aunque ese algo sea ser un multi-repetidor de facultad.  


Revisando las notas de la Moleskine (me cuesta entender mi propia letra), veo que el kebab estaba delicioso.  Y que brindé en honor de los tunos. No lo recuerdo. Cogimos el taxi que nos llevó al hotel de aeropuerto donde íbamos a dormir unas pocas horas en nuestra última noche en Nueva Zelanda. La torre de televisión se veía inmensa, fantasmal, iluminada de rojo y verde. Raquel se durmió enseguida, yo vi en una tele sin sonido la versión de Tim Burton de El planeta de los simios. Nos esperaban 32 horas de avión de vuelta.