Demasiado tiempo sin escribir por aquí, la vida nos pasa por encima. Y vuelvo a escribir de música, algo que tenia pendiente. Hace casi un mes murió Brian Wilson, uno de los músicos que más me ha marcado. Llegué tarde a la música de los Beach Boys, aunque empecé a oírla de pequeño, sin saberlo. En anuncios de refrescos, en Estrenos TV los domingos por la tarde o en una película espantosa de Tom Cruise.
Cuando empecé a tomarme la música en serio, empecé a leer de la importancia de su música a finales de los 60, junto a Byrds, Doors o Creedence Clearwater Revival. Escuché en bucle todos los discos que pude de estas bandas, pero los Beach Boys quedaban siempre orillados. Eran el típico grupo del que salían sin parar recopilatorios que se anunciaban por la tele y que compraban gente que no sabía qué disco regalar en un cumpleaños.
Pasaron años y, por fin, empecé a escuchar con calma la música de Brian Wilson. Y ya no hubo vuelta atrás, no he parado de escucharlo desde entonces. Y el disco en solitario de su hermano Dennis, que encontré en un saldo. El único Beach Boy que surfeaba, por cierto. Murió ahogado, qué cosas.
En 2005, cuando nos mudamos a Badalona, Wilson venía a tocar a Barcelona, en la gira de reedición de Smile, y compré la entrada en una Caixa Cataluña de la calle Cuba (ahora cerrada, en busca de comprador). El caso es que, con el trajín de la mudanza, la entrada se perdió dentro de un bolso. Me dio tanta rabia, que no quise comprar otra. Apareció tiempo después.
En 2012, los Beach Boys anunciaron una gira de 50 aniversario. Compré la entrada al instante. Además, me tocaron dos entradas en un concurso de El País (hubo un tiempo que gané muchas cosas en sorteos). Llamé a un conocido para que me acompañara, junto a su esposa. Pero había un problema: el nacimiento de nuestra hija María estaba previsto para esas fechas. Casi me perdí el nacimiento de nuestra primera hija por estar trabajando en Estambul, llegué a tiempo porque el parto se dilató 24 horas.
Así que cancelé todos los viajes y esperé que la experiencia fuera más tranquila que la primera vez. Pero María decidió nacer el mismo día que tocaban los Beach Boys. Nos fuimos al hospital, pudimos vivir un parto precioso en el que Cloe vio nacer a su hermana y nos subieron a la habitación. Era la una de la tarde y le dije a Raquel si no le importaba que me fuera al concierto. Me dijo que hiciera lo que quisiera (me pregunto qué pensaría en realidad) y me fui al Poble Español.
El concierto fue algo tremendo, un desfile de éxitos sin parar similar a un concierto de los Ramones. Estaba muy cerca y pude ver perfectamente a Brian cantando, transformándose ante el micrófono y el piano, pero con evidentes problemas de movilidad. Aunque daba igual, era una leyenda a pocos metros. Grabé videos e hice fotos en un dispositivo que acabó muriendo, debo tener alguna copia de seguridad en un viejo ordenador, que tengo que rescatar. Me volví pitando al hospital y subí a la habitación, mi madre había venido desde Madrid y preguntó que dónde estaba. Cuando le dijeron que estaba en un concierto supongo que no le sorprendió. A la mañana siguiente, cogí en brazos a María y le canté la canción homónima de West Side Story. Lloré. Y me emocioné al saber de la muerte de Wilson el otro día.
Lucinda frente a la adversidad
Hace un par de semanas vi en La Riviera a Lucinda Williams. Tuvo un ictus hace años, supongo que quiere seguir grabando y girando porque quiere y porque necesita el dinero. Tiene evidentes problemas de movilidad, como tenía Brian y se tiene que apoyar en el pie de micro y en un taburete. Ya no puede tocar la guitarra por la parálisis, la voz es diferente a la de sus estupendos discos. Pero le pone una pasión que supera todo. Y la banda que lleva es extraordinaria. Fue un espectáculo, con un final apoteósico con música de Neil Young, gritando Keep on rockin' in the free world. Ojalá pueda volver a verla pronto.
Y el Boss contra los elementos
Un par de días después, tomamos la Nacional I para volver a Springsteen. Le he visto muchísimas veces desde 1988. Pero la verdad es que iba bastante escéptico. Los dos conciertos del año pasado que vi fueron un aprobado justo el primero y un notable el segundo. Pero el tener que pagar el dineral que tuve que pagar me hacía ir con reticencia.
Llevaba casi 30 años sin ir a San Sebastián, estuvimos a punto de tener un accidente en el R11 de mi madre bajando un puerto, íbamos ir a ver a Pearl Jam. Fue un concierto soberbio, tengo que escribir algo sobre él.
El caso es que la víspera del concierto nos enteramos que el apéndice de Little Steven impediría que le viéramos, otro inconveniente. Llegamos pronto, comenzó el concierto con un bochorno que no me esperaba y el Springsteen más político comenzó a desgranar un repertorio de recados dirigidos a Donald Trump: Land of hope and dreams, Death to my hometown, No surrender, Rainmaker ('anda, que cómo luego llueva...'), Atlantic City, My hometown, No surrender, Youngstown, Murder Incorporated... Y, cuando empezaba a sonar House of a thousand guitars, se desató una tormenta eléctrica que nos caló hasta los huesos, obligó a cubrir los instrumentos con plásticos e interrumpió el concierto más de media hora.
Sinceramente, más de una y más de dos veces pensé que nos tendríamos que volver al apartamento. O que la E Street Band tocaría un poco más y bajaría el telón. Pero no me esperaba el chaparrón de canciones que se desató, hasta pasadas las 12.30 de la madrugada. Primero, un Growin' up en acústico que me puso los pelos de punta, llevaba toda la vida deseando escucharla, seguido de buena parte del Born in the USA, un Because the night extraordinario, con una traca final antes de los bises con The Rising, Badlands y Thunder Road. Nils Lofgren se multiplicó y realizó solos de guitarra para el recuerdo. Para no deshidratarme, siempre llevo fruta a los conciertos, esta vez tocaron picotas que fui racionando a lo largo de las tres horas. Eran dulces, pero quizá me lo supieron aún más.
El tramo final fue de felicidad absoluta, pese a que las canciones eran las esperadas. Springsteen brindó un homenaje a su público calado hasta los huesos, mojándose también por entero con una esponja. Salimos -pese a las reticencias del principio y el caos de los accesos de Anoeta- con cara de felicidad, preguntando cuándo será el próximo concierto. Y me acordé de aquel chaval que fui, con 16 años, la primera vez que le vi en el Nou Camp, hace tantos años, cantando como última canción Chimes of freedom, de Dylan. Muchísimas cosas han cambiado, claro. Pero queda la esencia. Y los huesos de las picotas en los bolsillos del pantalón, al echarlo a lavar.
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