Recuerdo salir absolutamente
noqueado de The Master. O de Boogie Nights. O ver fascinado Magnolia
en el ordenador en una habitación de un hotel de Miami, en un DVD que saqué de
la biblioteca de Badalona. Y, sin embargo, llevo más de una década sin ver una
película de PTA. Sí, me apetece ver Puro vicio, El hilo invisible
o Licorice pizza. Pero nunca encuentro el tiempo ni las ganas para
sentarme a verlas con la calma que creo que merecen.
Así que, cuando me invitaron al
pase de prensa de Una batalla tras otra, pensé que era el momento de reengancharme.
Y los 161 minutazos me pasaron por encima. Ha pasado casi una semana y sigo
pensando en la cinta, lo que supongo que es buena señal. Aunque haya cosas que
no me gustaran. O que me agotaran.
La historia parte de la novela Vineland,
de Thomas Pynchon, pope de la literatura estadounidense y al que PTA ya adaptó
en Puro Vicio. Vemos al comienzo un centro de detención de inmigrantes
ilegales y cómo un comando de activistas reconoce la zona para atacar la
instalación y lograr que huyan.
Nos presentan al líder
revolucionario experto en explosivos Bob Ferguson -un pasadísimo Leonardo DiCaprio-,
que puede dar rienda suelta a todos sus excesos actorales, solo superado por un
Sean Penn como Steven J. Lockjaw el malvado militar que le persigue, sobre todo
por la malsana obsesión que le provoca Perfidia, encarnada por Teyana Taylor,
que protagoniza la imagen probablemente más icónica de la película. Y que
resume unos Estados Unidos en los que la violencia y las armas están tan
presentes, como hemos visto desde hace tantos años.
Tras un prólogo situado en un
pasado indefinido, PTA lanza la historia con un flashforward frenético, que me
tuvo pegado a la butaca durante las dos horas restantes. Vemos ecos de La
batalla de Árgel, de Pontecorvo; de atracos que parecen sacados del western
clásico, con toques de comedia alocada, de dibujos animados y del Spielberg de El
diablo sobre ruedas, entre otras muchísimas referencias.
La película es una alegoría que
coincide, curiosamente, con algunos de los aspectos que denuncia Ari Aster en
la reciente Eddington: esa omnipresencia de las armas mezclada con toques de
humor, con exterroristas que se plantean si, tantos años después, deben seguir
con su lucha armada, mientras integran a sus hijos en la sociedad. Y, a la vez,
tienen miedo de que les pillen.
Resulta difícil empatizar con
unos personajes tan excesivos. Pero PTA se las apaña para que la historia no
decaiga, introduciendo en el guion personajes delirantes, como el interpretado
por Benicio del Toro, digno de una historia clásica de los hermanos Coen, como El
gran Lebowski. Debe hacerse mención al excelente trabajo de la joven Chase Infiniti
como Willa, la hija del personaje que encarna DiCaprio. Le espera una gran
carrera por delante.
La banda sonora del habitual Johnny
Greenwood (guitarrista de Radiohead) alterna música acústica con sonidos disonantes
que se integran muy bien con la disparatada historia, que incluye también
clásicos pop de los 50 a los 80.
Al final, queda el gusto del exceso,
de la sátira con brocha gorda y con pincel fino que reflejan estos tiempos inciertos
que vivimos. Leo que muchos críticos la consideran, con diferencia, la mejor
película del año. Yo no llego a tanto, la sigo digiriendo. Y sigo buscando hueco
para ver las películas de PTA que tengo pendientes y quizá para volver a verla
más adelante. Y para leer a Pynchon.