viernes, 26 de septiembre de 2025

Una batalla tras otra: Paul Thomas Anderson o el exceso

 


Recuerdo salir absolutamente noqueado de The Master. O de Boogie Nights. O ver fascinado Magnolia en el ordenador en una habitación de un hotel de Miami, en un DVD que saqué de la biblioteca de Badalona. Y, sin embargo, llevo más de una década sin ver una película de PTA. Sí, me apetece ver Puro vicio, El hilo invisible o Licorice pizza. Pero nunca encuentro el tiempo ni las ganas para sentarme a verlas con la calma que creo que merecen.

Así que, cuando me invitaron al pase de prensa de Una batalla tras otra, pensé que era el momento de reengancharme. Y los 161 minutazos me pasaron por encima. Ha pasado casi una semana y sigo pensando en la cinta, lo que supongo que es buena señal. Aunque haya cosas que no me gustaran. O que me agotaran.

La historia parte de la novela Vineland, de Thomas Pynchon, pope de la literatura estadounidense y al que PTA ya adaptó en Puro Vicio. Vemos al comienzo un centro de detención de inmigrantes ilegales y cómo un comando de activistas reconoce la zona para atacar la instalación y lograr que huyan.

Nos presentan al líder revolucionario experto en explosivos Bob Ferguson -un pasadísimo Leonardo DiCaprio-, que puede dar rienda suelta a todos sus excesos actorales, solo superado por un Sean Penn como Steven J. Lockjaw el malvado militar que le persigue, sobre todo por la malsana obsesión que le provoca Perfidia, encarnada por Teyana Taylor, que protagoniza la imagen probablemente más icónica de la película. Y que resume unos Estados Unidos en los que la violencia y las armas están tan presentes, como hemos visto desde hace tantos años.

Tras un prólogo situado en un pasado indefinido, PTA lanza la historia con un flashforward frenético, que me tuvo pegado a la butaca durante las dos horas restantes. Vemos ecos de La batalla de Árgel, de Pontecorvo; de atracos que parecen sacados del western clásico, con toques de comedia alocada, de dibujos animados y del Spielberg de El diablo sobre ruedas, entre otras muchísimas referencias.

La película es una alegoría que coincide, curiosamente, con algunos de los aspectos que denuncia Ari Aster en la reciente Eddington: esa omnipresencia de las armas mezclada con toques de humor, con exterroristas que se plantean si, tantos años después, deben seguir con su lucha armada, mientras integran a sus hijos en la sociedad. Y, a la vez, tienen miedo de que les pillen.

Resulta difícil empatizar con unos personajes tan excesivos. Pero PTA se las apaña para que la historia no decaiga, introduciendo en el guion personajes delirantes, como el interpretado por Benicio del Toro, digno de una historia clásica de los hermanos Coen, como El gran Lebowski. Debe hacerse mención al excelente trabajo de la joven Chase Infiniti como Willa, la hija del personaje que encarna DiCaprio. Le espera una gran carrera por delante.

La banda sonora del habitual Johnny Greenwood (guitarrista de Radiohead) alterna música acústica con sonidos disonantes que se integran muy bien con la disparatada historia, que incluye también clásicos pop de los 50 a los 80.

Al final, queda el gusto del exceso, de la sátira con brocha gorda y con pincel fino que reflejan estos tiempos inciertos que vivimos. Leo que muchos críticos la consideran, con diferencia, la mejor película del año. Yo no llego a tanto, la sigo digiriendo. Y sigo buscando hueco para ver las películas de PTA que tengo pendientes y quizá para volver a verla más adelante. Y para leer a Pynchon.  

 

viernes, 12 de septiembre de 2025

Eddington: vivimos tiempos convulsos


 

Ari Aster estrena hoy Eddington, su nueva película, una fábula que aúna polarización, redes sociales, armas de gran calibre, wokismo, racismo, antivacunas y mascarillas en plena pandemia. Y lo hace inspirado en los dramaturgos griegos de hace 2.500 años: un tema local, en mayo de 2020, en un pequeño pueblo del Oeste -en Nuevo Méjico-, que es perfectamente extrapolable al mundo convulso en el que vivimos.

El reparto está acaparado por el duelo entre un Joaquin Phoenix desatado como el sheriff negacionista y el omnipresente Pedro Pascal, como el alcalde chicano que sigue las normas contra el virus y que apuesta porque una gran empresa tecnológica se asiente en el pueblo, con un centro de datos gigantesco que daría trabajo y oportunidades en la comunidad que vive en el centro de la nada. El papel de Emma Stone, lamentablemente, queda un tanto desdibujado, en un papel prácticamente secundario.

El conflicto no tarda en comenzar y se va cocinando a fuego lento, a lo que se suman todos los elementos polarizantes que citaba al principio, con roces banales que van escalando a un odio absurdo que hace imposible la convivencia. Aster aprovecha para poner a desfilar los problemas globales que nos acechan hasta llegar a una esperada traca final de violencia que se prolonga quizá durante demasiados minutos. Y con un abordaje con toques al humor de Arizona baby de los hermanos Coen o a los Looney Tunes, lo que me sacó un poco de la trama, con un final desolador.

Los planos secuencia y los parajes desérticos acentúan el contraste con este trazo grueso en algunas ocasiones, con momentos delirantes que me hicieron carcajearme.

En la semana en la que hemos visto cómo moría tiroteada una persona -y en la que se repiten sin cesar y sin pudor escenas de su muerte-, esta película quedará como una marca de los días tan convulsos que vivimos. ¿Qué hará Aster en su nuevo proyecto? Habrá que estar atentos, aunque no estaría de más que tratara que ajustarse a 90 minutos.