martes, 31 de diciembre de 2024

Balance lector 2024

 


Cincuenta y tantos libros. Menos de los que me hubiera gustado, pero no es mal balance para un año. Más de uno por semana y con varios autores para el recuerdo, como Dennis Lehane, Ander Izaguirre o Jonathan Coe. Poca presencia femenina, por cierto. Propósito de 2025: leer a más mujeres.

A Lehane lo conocía por la adaptación de Mystic River, que noqueó en su momento y que no me he atrevido a volver a ver. Aunque seguro que sigue siendo extraordinaria. Tengo el libro por casa y me tengo que animar a leerlo, junto a Shutter Island. Empecé su serie de libros sobre Kenzie y Genaro y no pude parar hasta que la leí entera: Un trago antes de la guerra; Abrázame, oscuridad; Lo que es sagrado; Desapareció una noche (buena adaptación al cine, aunque lamentablemente no se han hecho del resto de novelas); Plegarias en la noche y La última causa perdida. Fuera de esta serie, su último libro, Golpe de gracia, es una maravilla y está en varias de las listas de lo mejor del año, supongo que con razón. Recomendadísimo. Por otro lado, compré a ciegas Noche cerrada de Chris Offutt. Y no me equivoqué: todo lo que edita Sajalín es excelente.  

A Ander Izaguirre llegué por casualidad, por una recomendación del podcast Paquetes del libro Subcampeón, coescrito junto a Zuhaitz Gurruchaga: es la increíble historia de un jugador de fútbol de élite que tenía pánico a ganar, un estupendo e impactante relato sobre salud mental y cómo convivir con ella. Vi posteriormente que Izaguirre había escrito varios libros de viajes y, buscando inspiración para el mío (eternamente aplazado y propósito de 2025), leí Pirenaica y Vuelta al País de Elcano (tiene otro sobre anécdotas de ciclismo que tiene una pinta estupenda). Preparando el viaje en familia que hicimos a la capital británica, volví a leer las estupendas Historias de Londres, de Enric González. Y, para conocer mejor por dónde me muevo, leí Por las calles de Madrid, de Sonia Taravilla.

Otro clásico de viajes que cayó fue Hotel Nirvana, del maestro Manu Leguineche. Me dio ganas de escribir un libro sobre hoteles históricos en los que me he alojado. Ojalá saque tiempo para hacerlo. Y descubrí a Geoff Dyer, con Yoga para los que pasan del yoga. Tengo un par de libros suyos en la mesilla para empezar el año viajando con la imaginación.

De Jonathan Coe tengo ¡Menudo reparto! por casa desde hace años, lo empecé y lo dejé. Tengo que retomarlo (debo encontrarlo antes), porque me quedé extasiado por cómo relata la historia del rodaje de Fedora en El señor Wilder y yo, al que siguió sin parar La espantosa intimidad de Maxwell Sim (con curiosos ecos a Unamuno) y El Club de los Canallas. Lamentablemente, me quedé atorado con su continuación, El Círculo Cerrado. Tengo que darle otra oportunidad. Y leer el resto de sus obras, claro.

En el apartado de cómic, leí la maravillosa reedición de Las joyas de la Castafiore (ay, dónde estarán el resto de cómics de Tintín que se perdieron en la mudanza) y la serie La edad de bronce, una alucinante aproximación a la guerra de Troya, recomendación de Campamento Krypton, otro de mi podcasts de cabecera. Y gracias a la biblioteca José Luis Sampedro por ponerlos a mi disposición, así como a la biblioteca Acuña por la copia de Fatty, la extraordinaria biografía novelada del primer ídolo caído de Hollywood. Porque las fake news ya existían hace más de un siglo. En colecciones de kiosco, a precio de saldo, leí Spiderman Ultimate (muy disfrutable, gracias a Lord Azoth por la recomendación) y me quedé atorado con las tiras diarias de Snoopy.

En cómic español, muy recomendable el viaje a la España rural de los 60 de César Sebastián en Ronson y la vuelta a la guerra de Troya (una de mis obsesiones de hace muchos años, cuando escribí un monográfico de Clío) de La cólera, de mi adorado Javier Olivares. Tampoco falla nunca el gran Paco Roca: leí La casa y tengo ganas de ver la película y El abismo del olvido. Y no me puedo olvidar de Paco Sordo con El Pacto, un increíble homenaje al pasado, a Bruguera y a Vázquez. Buscando temas para animar a la lectura de nuestra hija pequeña, leí Nimona (con buena adaptación a Netflix, diferente al cómic)  

En relato, dos regalos de mi dealer Maite Núñez, que está a punto de sacar nuevo libro: Los últimos deseos, de Ortiz Tafur (miniaturas delicadas del día a día en la sierra de Jaén) y Martinete del Rey Sombra, de Raúl Quinto, una purga olvidada de la historia de España. Recomendables también los relatos de Divergentes, de Guadalupe Nettel. Pendiente queda para el año que viene dos de los considerados mejores libros del año. El primero es Un lugar soleado para gente sombría, de Mariana Enríquez, que intercambié en la balda de bookcrossing en la clínica donde falleció mi suegro. Y Tarántula, lo último de Eduardo Halfon, de Libros del Asteroide, otra editorial infalible. Y qué sorpresa que el guatemalteco me reconociera en la Feria del Libro de Madrid cuando pedí que me lo dedicara.

Pasemos a los libros musicales. El primer libro del año fue Hotel California, de Barney Hoskins. No conocía nada de la escena de Laurel Canyon y me he enganchado a Joni Mitchell, una de las artistas que más he escuchado en 2024 y de la que espero conseguir toda su discografía. De mi querido Rafa Cervera leí su imprescindible volumen sobre Velvet Underground y -oh, sorpresa- me dio ganas de escucharme todos sus discos. Muy interesantes también The Storyteller, las memorias de Dave Grohl, aunque los acontecimientos recientes en su vida las convierten en algo cómicas. Pendiente queda Perro Negro, de Miguel Ángel Oeste, la biografía novelada de Nick Drake.

En cuanto a los clásicos, maravillosos Stefan Zweig (para sorpresa de nadie) con Veinticuatro horas en la vida de una mujer y Joseph Conrad (otro que tal) con El corazón en las tinieblas, que me animó a leer otro libro que tenía desde hace años por casa: Exterminad a todos los salvajes, de Sven Lindqvist, autor del estremecedor Historia de los bombardeos. Exterminad.. tiene también serie en HBO, extraña, distinta y fascinante.

Un pésimo profesor de lengua me hizo aborrecer a Delibes cuando leímos El camino en 1º de BUP y me reconcilié en parte con él al leer El hereje, su última novela y Los santos inocentes, igual de extraordinaria que la película. Y conseguí acabar La conjura de los necios, un libro maravilloso que había comenzado un par de veces y había abandonado por motivos que no recuerdo. Leí ayer que Monteys lo está adaptando al cómic y seguro que lo leeré. Retomando una antigua tradición navideña, volví a leer Un recuerdo de navidad, de Truman Capote. Una pequeña obra maestra, con una traducción mejorable, escondida en una colección infantil de Bruguera.

Por temas laborales leí Que no te líen, de Miguel Ángel Lurueña (aka @gominolas de petróleo), que se tradujo en esta entrevista: https://komoda.es/2024/04/mas-oferta-de-alimentos-mas-seguridad-alimentaria-mas-bulos-mas-retos/. Y El origen del mal, de José Carlos Somoza, que se tradujo en esta otra, de la que quedé especialmente satisfecho: https://elmedicointeractivo.com/sin-la-medicina-no-habria-podido-enfrentarme-a-la-vida/ Moraleja: tengo que leer más divulgación, habrá que sacar tiempo de donde no lo hay.

En no ficción, me gustaron las Crónicas quinquis, de Javier Valenzuela, editadas por Libros del KO (otra editorial que no falla nunca) Un ejemplo de esto es La sombra, de David Cabrera, la historia de un tipo que mata a otro y se pasa escondido 30 años en el Barrio Chino de Barcelona, anónimo delante de todo el mundo. Muchas gracias a Alberto Valle por la recomendación, escuchada en el podcast de Michael Caine de Ricardo Mariscal. Vinagre, de Jorge Matías, narra su experiencia alcohólica de forma desgarradora. Y Eduardo Bravo relata una historia verdaderamente surrealista en AAA, del Peronismo Mágico al Caso Almirón. El honor de peor título del año corresponde a Crims, de Carles Porta, un libro pésimamente editado, con reiteraciones absurdas y páginas y páginas de relleno para alimentar a los fans del true-crime.

Como cada verano, leí un par de best-sellers para desconectar. La puerta, de Manel Loureiro y Cementerio de Secretos, de José Antonio Pérez Ledo, que cumplieron su misión a la perfección, especialmente este último, con un gran personaje trasunto del comisario Villarejo.

El gran misterio de este año es un libro que leí, anoté y olvidé. Se llama Las elecciones. Se agradece cualquier información adicional.

En el apartado de libros comenzados y no terminados tengo que citar 4321 de Paul Auster (que comenzaré a leer de nuevo, porque tiene una pinta estupenda), Adolfo, por el camino púrpura, el libro de Concha Moya sobre Adolfo (Los Íberos, CRAG) que acabaré en enero -junto al de Javier de Diego sobre Peter Gabriel- y los libros de Martín Caparrós, eterna deuda pendiente. Recuerdo ahora que me quedé también en el principio de la biografía de Zweig de María Estuardo, quizá por la antigua edición que leí. Espero que la de Acantilado sea mejor.

Para acabar, un agradecimiento. Me he ido desenganchando del fútbol cada vez más, pero he pasado ratos extraordinarios escuchando el podcast Paquetes, de Álvaro Velasco e Iñaki San Román, lo que me animó a leer su cómic Viejas Promesas (ojalá una adaptación al cine pronto) y el libro de Álvaro Penalti Pop, que edita Muddy Waters Books y que tiene un catálogo maravilloso que estoy devorando: el libro de Daniel Entrialgo sobre crímenes mediáticos en EEUU (Balas y estrellas), el de cómo está cambiando el panorama del vino (Vinos gentrificados, por Santi Rivas, uno de los personajes más alucinantes de la podcastfera. Tengo ganas de revivir mi podcast solo por entrevistarle) y Uno de los Vuestros, de Javier Márquez, un repaso al impacto de la Mafia en la cultura popular y penúltimo libro que leo este año. Queda para 2025 la Biografía no autorizada de Dolly Parton que han escrito Eduardo Izquierdo y Eloy Pérez.

De la mano de Paquetes, descubrí otro podcast maravilloso, Saber y Empatar, que me ha acompañado en los difíciles meses de agonía de mi suegro. Vi en Youtube todos los episodios y leí su libro homónimo. Papá Noel trajo su nueva obra, El fútbol es para listos (obra de Miguel Gutiérrez y Carlos Marañón), que caerá en enero. Y estoy acabando el divertidísimo Zidanes y Cargoles, de Pach y Tomás Guasch. No pasará mucho hasta que haya leído todo lo que han escrito los de Saber y Empatar: Frases de Fútbol, Fútbol y Cine, La Pitipedia, GOAT...

Acabaré 2024 leyendo las Meditaciones de Marco Aurelio. Cuando los médicos nos comunicaron que mi suegro iba a fallecer, nos fuimos unos días a su pueblo a coger fuerzas ante lo que se avecinaba. Apenas subsisten dos librerías allí y les compro siempre que voy. Suele haber poco donde elegir (los bestsellers que he citado, young adult, autoayuda, autores mediáticos…), así que suelo optar por clásicos. Estas reflexiones me han acompañado los últimos cinco meses y las he ido leyendo muy poco a poco. Leeré la última esta tarde: “marcha pues, con ánimo benévolo”.

Felices lecturas en 2025.  

martes, 24 de diciembre de 2024

Un recuerdo de Navidad


En un viejo cuaderno, aparecido en una de las últimas cajas de la mudanza, he encontrado este relato, basado en algo que pasó hace mucho tiempo y que procedo a transcribir con mínimos cambios.

El primer recuerdo se asemeja a como cuando entras en un cine y la imagen está desenfocada y tu ojo se va acostumbrando poco a poco hasta ver con claridad. Mi ojo ve un ojo. Un ojo de besugo. Es Nochebuena y debe ser 1976. Mi abuelo y el besugo. El ojo del besugo me mira. Su carne es muy blanca y muy suave. La raspa es muy grande y me impresiona.

Mi abuela cuenta siempre la misma anécdota: el año en que mi tía Marina apareció tarde y preguntó qué podía hacer y se montó una bronca tremenda.

Es un día distinto, la luz es distinta. Esa lámpara con seis bombillas con tulipas color salmón. La mesa grande puesta.

Mi abuelo cuenta siempre el mismo cuento: una niña se bañaba en el mar y perdía su medalla. Mucho tiempo después, en una cena de Nochebuena, al abrir el besugo, la medalla aparecía dentro y todos quedaban asombrados. Yo observaba el ojo del besugo y esperaba que apareciera la medalla dentro.

Nunca más he vuelto a comer besugo. Fue hace 23 años y aún lo recuerdo. Estoy en un aeropuerto esperando a la mujer que amo, escribiéndolo en el cuaderno que ella me regaló. Fue la primera Nochebuena que recuerdo. Y ese ojo me miraba. 24.11.99

Feliz Navidad.  


miércoles, 18 de diciembre de 2024

Soñar con música


La música me ha fascinado desde muy pequeño, nunca supe el porqué. Resulta absurdo creer en el determinismo, pero muchos años después descubrí que ha habido músicos profesionales en las dos ramas de mi familia. Por parte de mi padre, mi tía abuela Chabuca Granda (prima hermana de mi abuelo) es la cantante peruana más famosa de la historia. Han pasado casi 50 años desde que se fue y sus canciones se siguen escuchando. Hoy mismo, sin ir más lejos, en First Dates. Me fascina que su recuerdo perdure, que acabe de aparecer un billete con su cara, que mi apellido salga en un billete de curso legal. 

Por parte de mi madre, mi bisabuelo Manuel Revilla fue director de la banda municipal de Madrid hace más de un siglo. No queda constancia de él en internet, pero leyendo un libro sobre el maestro Guerrero que anduvo toda la vida por casa, descubrí que amenizaba los previos de las corridas de toros de la plaza de toros de Goya, dando la oportunidad a jóvenes compositores que, años después, se consagraron y se lo agradecieron. Lo que me parece fascinante (y digno de una casualidad que debería aparecer en un libro de Paul Auster) es que, tras derribar la plaza para construir la de las Ventas, se erigió en el solar el Palacio de los Deportes. Y exactamente allí vi mi primer concierto en directo, en 1987: presentación del Telecupón, con actuaciones de Serafín Zubiri y La Orquesta Mondragón. 50 pesetas la entrada, junto a una lata de refresco, que muchos espectadores lanzaron a los presentadores de la gala, Lidia Bosch y Toni Cantó. 

Pensaba en todo esto estos días, porque he vuelto a soñar con música. Me maravilla recordar las canciones que, de algún modo, se quedan en mi mente y surgen en los sueños. Y, sobre todo, acordarme de ellas al despertar. Paul McCartney dice que soñó Yesterday y que pensaba que era un plagio, que una canción tan maravillosa no podía nacer así. Me hubiera gustado verle el otro día, pero no quise pagar 200 euros. Preferí quedarme en el recuerdo de haberle visto, cómo no, en el Palacio de los Deportes. El gran Álex Serrano me entrevistó sobre el tema en El Periódico de España: https://www.epe.es/es/cultura/20241208/esperar-conciertos-paul-mccartney-madrid-112412816

Sueño con artistas que admiro o he admirado. El otro día tuve un sueño extraño sobre un concierto de Steve Wynn, con músicos punk que se golpeaban entre ellos. Aunque lo más habitual es soñar con conciertos: hace una semana, con Dylan tocando Like a rolling stone. O con Springsteen tocando Thunder Road hace cuatro o cinco días. Hace un par de meses, Nirvana y Lake of fire. Y los Ramones, Lloyd Cole, los Stones, Sinatra... En la cuota española, alguna vez El último de la fila. Y, sobre todo, 091, mi grupo favorito: una vez soñé con la última canción de su último disco, se llama Cómo acaban los sueños. Recordarla me pareció digno de un relato de Borges.

Precisamente este fin de semana he ido a Granada a un concierto de José Ignacio Lapido, guitarrista y compositor de 091. Conmemoraba 25 años de carrera en solitario y lo celebró con una actuación apabullante, inolvidable para toda la gente que asistimos, muchos ya grandes amigos. Ojalá se haya grabado en disco y tengamos un recuerdo inolvidable de esa noche. Como previo, me di un paseo por Bora Bora y Marcapasos, dos de las mejores tiendas de discos que conozco. Me faltó Subterránea. Me traje cds de Nick Drake, Nick Cave (qué pena no haberle podido ver hace unas semanas), Scott Walker, Michael Kiwanuka, un directo de Los Enemigos -al que tuve la suerte de asistir-, St Vincent (ojalá la pueda ver en directo alguna vez, ojalá haberla visto con David Byrne) y Spiritualized, de los que recuerdo un concierto apoteósico en el Festival de Benicassim mientras les escucho escribiendo esto.

Anoche volví a soñar con un concierto, era de Los Hermanos Dalton, otro de mis grupos de cabecera. Me acerqué a la boca del escenario, los músicos contaron uno, dos y tres y, cuando iba a empezar a sonar la música, la sintonía del despertador me impidió saber qué canción era. ¿Quizá Los latidos de siempre?

martes, 10 de diciembre de 2024

Mi amigo Javi


Mi amigo Javi habría cumplido hoy 52 años. Pero no llegó a cumplir 20, lo mató un conductor borracho: le embistió con el coche cuando regresaba de Murcia a Madrid y, pese a los esfuerzos de los médicos durante semanas, murió en la UCI.

Le encantaba Clint Eastwood, recuerdo el fin de semana que vio El Sargento de Hierro. Volvió el lunes repitiendo frases enteras. Siempre he admirado mucho a esa gente. El guión (con tilde, por favor) es de David Webb Peoples, que pocos años después escribió una frase demoledora en Sin Perdón: "Matar a un hombre es algo despreciable. Le quitas todo lo que tiene y todo lo que podría llegar a tener".

En una de las últimas cajas de la mudanza ha aparecido una foto suya. Pensaba que tenía más. Deseaba que apareciera alguna en la que estemos juntos. Es una foto arrugada, creo que de su último cumpleaños. Estamos en la Universidad Autónoma, un camarero se cruza y arruina la imagen. Hice otra foto unos segundos después, quizá esté por algún lado. 

Javi lleva una de sus habituales camisas de cuadros. Adoraba el teatro de todo tipo, especialmente el experimental. Le regalamos aquel día unos vinilos con la banda sonora de los espectáculos de La Fura dels Baus, que muestra a cámara. En su honor, montamos un espectáculo al año siguiente, pusimos su voz leyendo poemas. Yo sufrí ataques de ansiedad en la facultad, mi vida descarriló y me costó años volver a encontrar el camino.

Sigo pensando a menudo en él. A veces incluso sueño que sigue vivo. Le encantaba Opiniones de un payaso y Enemigo mío. No me he atrevido a leer el libro o ver la película, por miedo a que no me gusten. 

Era un tipo muy brillante, habría logrado todo lo que se hubiera propuesto. No hay rastro de él en internet, apenas un enlace con información incorrecta. Sirvan estas pocas líneas de homenaje para una de las personas más maravillosas que he conocido en mi vida. Qué injusta es la vida a veces.   

  

viernes, 6 de diciembre de 2024

Una foto en el periódico



Siguen apareciendo tesoros en las últimas cajas de la mudanza. He pensado en esta foto alguna vez y daba por hecho que tendría que ir a buscarla en el archivo del Grupo Zeta. O en el de Prensa Ibérica. Pero apareció: En El Periódico de Cataluña del 18 de mayo de 2003, Raquel y yo estamos tumbados en un murete, esperando entrar en el Estadio Olímpico de Barcelona para ver a Springsteen y la E Street Band. Un par de días de días antes los habíamos visto en Gijón, con mi amigo Nacho. Y un par de días después los vimos en la entonces Peineta, en Madrid.

La foto es de Albert Bertran. Y el generoso pie de foto reza: "Dos jóvenes descansan en un muro junto al Estadi". Acabábamos de estrenar la treintena, así que supongo que tenía razón. Nuestra vida estaba a punto de cambiar, a una velocidad que nunca imaginamos.

Me acababa de quedar en paro: había quebrado de muy mala manera el periódico sanitario que, con muchísima ilusión e infinito trabajo, había puesto en marcha. Me echaron con un despido improcedente y decidí crujirles en tribunales. Mientras decidía qué hacer con mi carrera profesional, nos animamos a hacer la gira completa de Bruce, algo que no he vuelto a hacer. Ni creo que haga. Y cuidábamos de mi abuela, que vivía sus últimos días.

Justo una semana después de la foto, estábamos convocados a elecciones. Fueron las famosas del 'Tamayazo'. Recuerdo que me acerqué al colegio electoral, a ver en qué mesa votaba mi abuela (lo que son las cosas, en el colegio donde estudió mi abuelo casi un siglo antes). Cuando volví a casa, la vi tan frágil que no la llevé a votar, ni llegué a ir yo. Creo que es la única vez que no he votado.

Los resultados de la noche anunciaban un vuelco electoral en la comunidad de Madrid, Simancas sería el nuevo presidente. Mi abuela empezó a agonizar, con un ronquido espantoso. A la mañana siguiente, me desperté temprano. Siempre miraba el teletexto de TVE (qué viejo me siento escribiendo esto) y saltó una noticia urgente: un avión lleno de militares se había estrellado en Turquía y habían muerto todos. 

A media mañana, el ronquido de mi abuela se hizo aún más intenso y me quedé con ella, hasta que sintió que se le paraba el corazón y me miró con pánico. Es la sensación más espantosa que he vivido en mi vida, ojalá me hubieran explicado en el colegio lo que es de verdad la muerte. Me dio por sonreír, pensé que estaría bien que su último recuerdo en su vida fuera mi sonrisa. Me sentí idiota, pero no había vuelta atrás. Como un zombie, empecé a llamar a toda mi familia, que comenzó a llegar a casa. La doctora tardó mucho en venir a certificar la muerte. Llamé a la funeraria, que mi abuela pagó religiosamente durante muchos años, su trato fue verdaderamente lamentable. Y me pareció tristísimo cuando acudieron a llevársela de la que fue su casa durante 35 años, camino del tanatorio.

Tras velarla, la enterramos al día siguiente. Llegamos a casa de mi madre y vi un anuncio en Telemadrid, de un nuevo concurso https://elpais.com/diario/2003/05/23/radiotv/1053640801_850215.html. Me pregunté que por qué no y llamé al 906 para el casting. Nos fuimos al Carrefour de enfrente para comprar cualquier cosa y encontré toda la discografía de Ry Cooder, que todavía me acompaña. Hice el casting, lo pasé, participé en el concurso, lo gané, me pagaron y nos fuimos en noviembre y diciembre a Tailandia y Nueva Zelanda a gastarnos el dinero. Volvimos a España, gané el juicio y me pagaron muchísimo más de lo que debían. Y proseguí mi carrera profesional como periodista y publiqué cientos de noticias (quizá miles) en todo tipo de medios de comunicación. Pero creo que no hemos vuelto a salir en el periódico. Debo tener los VHS del concurso por algún lado, tengo que digitalizarlos.

 

martes, 3 de diciembre de 2024

Frente a la casa de un asesino

Supongo que es cuestión de estadística. Al final, si te mueves un poco, te acabas dando cuenta que te has cruzado -esperemos que sin querer- con un asesino. Pensaba en esto el sábado, cuando regresé a Badalona. Junto al colegio donde estudiaban nuestras hijas hay una tienda de segunda mano donde, a menudo, compraba discos, DVDs o cómics. 

Y justo enfrente (y al lado del colegio donde estudió Raquel) está la casa donde vivía uno de los condenados por el famoso crimen de la Guardia Urbana. La verdad es que apenas recuerdo nada de la época en la que sucedió, bastante follón había en la calle en Cataluña en aquel entonces. Pero meses después, gracias a documentales true-crime, el caso se convirtió en el fenómeno mediático que hemos devorado en casa, como tanta otra gente. 

Estaba mirando la fachada de la casa y pensaba cuántas veces me lo habría cruzado. Y pensaba la cantidad de crímenes horrorosos leí de pequeño: mi abuelo era amigo del editor de El caso y le mandaba gratis el periódico a casa. Bueno, periódico por decir algo: era un panfleto que rebosaba sangre y morbo y que yo ojeaba en una mezcla de fascinación y horror. 

Han pasado 40 años, el true-crime parece estar más en forma que nunca. La gente devora los contenidos en plataformas. Y las editoriales aprovechan el tirón y sacan libros infames, sin editar, porque hay un público que lo va a consumir (como el que acabo de leer y que me ha dado ganas de tirar a la basura). Otros sí merecen la pena, claro. 

¿Cómo debe ser ese momento sin vuelta atrás en el que sabes que vas a matar a alguien? ¿Me habré cruzado con algún otro asesino? Seguro que sí. Me acuerdo que, en mi primer trabajo en comunicación sanitaria, coincidí en la clínica oftalmológica en la que trabajaba con uno de los abogados penalistas más famosos que había entonces. Él era todo un personaje. Y lo sabía. Se despedía diciendo: "Hasta luego. Si matas a alguien, ya sabes dónde encontrarme". Genio y figura. (Espero no necesitar jamás de los servicios de este tipo de profesionales).

domingo, 1 de diciembre de 2024

Cosas

Estuve el miércoles en Valencia, otra de esas visitas meteóricas de madrugón, AVE, viaje, correr al palacio de congresos, inauguración, ponencias, mal comer, más ponencias, merienda (con horchata esta vez), ver a un querido amigo un momento y correr a la estación. Casi perdí el tren de vuelta. La ciudad, para mi sorpresa, era un caos: el metro no funciona y se suple con decenas de autobuses que cortaban todos los cruces. No había un solo policía dirigiendo el tráfico.
Ya por la mañana me había fijado en la cantidad de gente que había en las paradas de bus. Gente resignada. Una sensación horrible. Desde el tren, me pareció ver una zodiac de la Guardia Civil buscando desaparecidos en un pantano. Y se seguían viendo coches embarrados en la nada, campos de naranjos en los que parecía haber entrado un cuchillo gigante en forma de torrente de piedras, partiéndolo en dos. Y mucha maquinaria arreglando vías de tren y carreteras. 

Quizá lo que más me impresionó fue el cauce del Turia, lleno de piedras. Parecía un paisaje lunar. Qué fuerza tan poderosa debía tener el agua para arrastrar esas rocas enormes. 

Pensé en la gente que ha perdido sus recuerdos allí mientras abría cuatro de las últimas cinco cajas que tenía pendientes de abrir de la mudanza, de agosto de 2018. Tenia la vana ilusión de que allí aparecieran los Tintines que leía de pequeño, una caja de puros con piezas de ajedrez de plástico con la que aprendí a jugar con mis abuelos, una máquina de afeitar de mi abuelo y un videojuego que me regaló mi abuela. Y cassettes de Beastie Boys, Paul McCartney y Replacements (iba escuchando Don't tell a soul mientras iba a la iglesia a casarme con Raquel) 

Solo aparecieron periódicos viejos (los de Barcelona 92 entre otros, qué cosas), algunos artículos y papelotes varios. Un libro sobre historia de Madrid y un par de cuadernos con anotaciones. Lo cierto es que cada vez le tengo menos apego a las cosas. Pero esas me hacía ilusión volver a verlas. Al menos todavía tengo una última bala, en la última caja de la mudanza. Vivo rodeado de libros, discos, películas y recuerdos. No como tanta gente que lo perdió todo hace un mes.

sábado, 23 de noviembre de 2024

Resucitar un blog

Han pasado casi 15 años desde la última vez, casi un cuarto de mi vida. Ahora que nadie apuesta por los blogs, vayamos a contracorriente.