Cincuenta y tantos libros. Menos
de los que me hubiera gustado, pero no es mal balance para un año. Más de uno
por semana y con varios autores para el recuerdo, como Dennis Lehane, Ander
Izaguirre o Jonathan Coe. Poca presencia femenina, por cierto. Propósito de 2025:
leer a más mujeres.
A Lehane lo conocía por la adaptación
de Mystic River, que noqueó en su momento y que no me he atrevido a
volver a ver. Aunque seguro que sigue siendo extraordinaria. Tengo el libro por
casa y me tengo que animar a leerlo, junto a Shutter Island. Empecé su
serie de libros sobre Kenzie y Genaro y no pude parar hasta que la leí entera: Un
trago antes de la guerra; Abrázame, oscuridad; Lo que es sagrado;
Desapareció una noche (buena adaptación al cine, aunque lamentablemente
no se han hecho del resto de novelas); Plegarias en la noche y La
última causa perdida. Fuera de esta serie, su último libro, Golpe de
gracia, es una maravilla y está en varias de las listas de lo mejor del
año, supongo que con razón. Recomendadísimo. Por otro lado, compré a ciegas Noche
cerrada de Chris Offutt. Y no me equivoqué: todo lo que edita Sajalín es
excelente.
A Ander Izaguirre llegué por casualidad,
por una recomendación del podcast Paquetes del libro Subcampeón, coescrito
junto a Zuhaitz Gurruchaga: es la increíble historia de un jugador de fútbol de
élite que tenía pánico a ganar, un estupendo e impactante relato sobre salud
mental y cómo convivir con ella. Vi posteriormente que Izaguirre había escrito
varios libros de viajes y, buscando inspiración para el mío (eternamente
aplazado y propósito de 2025), leí Pirenaica y Vuelta al País de
Elcano (tiene otro sobre anécdotas de ciclismo que tiene una pinta
estupenda). Preparando el viaje en familia que hicimos a la capital británica,
volví a leer las estupendas Historias de Londres, de Enric González. Y,
para conocer mejor por dónde me muevo, leí Por las calles de Madrid, de
Sonia Taravilla.
Otro clásico de viajes que cayó
fue Hotel Nirvana, del maestro Manu Leguineche. Me dio ganas de escribir
un libro sobre hoteles históricos en los que me he alojado. Ojalá saque tiempo
para hacerlo. Y descubrí a Geoff Dyer, con Yoga para los que pasan del yoga.
Tengo un par de libros suyos en la mesilla para empezar el año viajando con la imaginación.
De Jonathan Coe tengo ¡Menudo
reparto! por casa desde hace años, lo empecé y lo dejé. Tengo que retomarlo
(debo encontrarlo antes), porque me quedé extasiado por cómo relata la historia
del rodaje de Fedora en El señor Wilder y yo, al que siguió sin
parar La espantosa intimidad de Maxwell Sim (con curiosos ecos a
Unamuno) y El Club de los Canallas. Lamentablemente, me quedé atorado
con su continuación, El Círculo Cerrado. Tengo que darle otra
oportunidad. Y leer el resto de sus obras, claro.
En el apartado de cómic, leí la
maravillosa reedición de Las joyas de la Castafiore (ay, dónde estarán el
resto de cómics de Tintín que se perdieron en la mudanza) y la serie La edad
de bronce, una alucinante aproximación a la guerra de Troya, recomendación de
Campamento Krypton, otro de mi podcasts de cabecera. Y gracias a la
biblioteca José Luis Sampedro por ponerlos a mi disposición, así como a la biblioteca
Acuña por la copia de Fatty, la extraordinaria biografía novelada del
primer ídolo caído de Hollywood. Porque las fake news ya existían hace más de
un siglo. En colecciones de kiosco, a precio de saldo, leí Spiderman
Ultimate (muy disfrutable, gracias a Lord Azoth por la recomendación) y me quedé
atorado con las tiras diarias de Snoopy.
En cómic español, muy recomendable
el viaje a la España rural de los 60 de César Sebastián en Ronson y la vuelta
a la guerra de Troya (una de mis obsesiones de hace muchos años, cuando escribí
un monográfico de Clío) de La cólera, de mi adorado Javier Olivares. Tampoco
falla nunca el gran Paco Roca: leí La casa y tengo ganas de ver la película
y El abismo del olvido. Y no me puedo olvidar de Paco Sordo con El
Pacto, un increíble homenaje al pasado, a Bruguera y a Vázquez. Buscando temas
para animar a la lectura de nuestra hija pequeña, leí Nimona (con buena
adaptación a Netflix, diferente al cómic)
En relato, dos regalos de mi dealer
Maite Núñez, que está a punto de sacar nuevo libro: Los últimos deseos,
de Ortiz Tafur (miniaturas delicadas del día a día en la sierra de Jaén) y Martinete
del Rey Sombra, de Raúl Quinto, una purga olvidada de la historia de España.
Recomendables también los relatos de Divergentes, de Guadalupe Nettel.
Pendiente queda para el año que viene dos de los considerados mejores libros
del año. El primero es Un lugar soleado para gente sombría, de Mariana Enríquez,
que intercambié en la balda de bookcrossing en la clínica donde falleció mi
suegro. Y Tarántula, lo último de Eduardo Halfon, de Libros del Asteroide,
otra editorial infalible. Y qué sorpresa que el guatemalteco me reconociera en
la Feria del Libro de Madrid cuando pedí que me lo dedicara.
Pasemos a los libros musicales.
El primer libro del año fue Hotel California, de Barney Hoskins. No
conocía nada de la escena de Laurel Canyon y me he enganchado a Joni Mitchell,
una de las artistas que más he escuchado en 2024 y de la que espero conseguir
toda su discografía. De mi querido Rafa Cervera leí su imprescindible volumen
sobre Velvet Underground y -oh, sorpresa- me dio ganas de escucharme
todos sus discos. Muy interesantes también The Storyteller, las memorias
de Dave Grohl, aunque los acontecimientos recientes en su vida las convierten
en algo cómicas. Pendiente queda Perro Negro, de Miguel Ángel Oeste, la
biografía novelada de Nick Drake.
En cuanto a los clásicos,
maravillosos Stefan Zweig (para sorpresa de nadie) con Veinticuatro horas en
la vida de una mujer y Joseph Conrad (otro que tal) con El corazón en
las tinieblas, que me animó a leer otro libro que tenía desde hace años por
casa: Exterminad a todos los salvajes, de Sven Lindqvist, autor del
estremecedor Historia de los bombardeos. Exterminad.. tiene también
serie en HBO, extraña, distinta y fascinante.
Un pésimo profesor de lengua me hizo
aborrecer a Delibes cuando leímos El camino en 1º de BUP y me reconcilié
en parte con él al leer El hereje, su última novela y Los santos inocentes, igual de extraordinaria que la película. Y conseguí acabar La
conjura de los necios, un libro maravilloso que había comenzado un par de
veces y había abandonado por motivos que no recuerdo. Leí ayer que Monteys lo
está adaptando al cómic y seguro que lo leeré. Retomando una antigua tradición navideña,
volví a leer Un recuerdo de navidad, de Truman Capote. Una pequeña obra
maestra, con una traducción mejorable, escondida en una colección infantil de
Bruguera.
Por temas laborales leí Que no
te líen, de Miguel Ángel Lurueña (aka @gominolas de petróleo), que se tradujo
en esta entrevista: https://komoda.es/2024/04/mas-oferta-de-alimentos-mas-seguridad-alimentaria-mas-bulos-mas-retos/.
Y El origen del mal, de José Carlos Somoza, que se tradujo en esta otra,
de la que quedé especialmente satisfecho: https://elmedicointeractivo.com/sin-la-medicina-no-habria-podido-enfrentarme-a-la-vida/
Moraleja: tengo que leer más divulgación, habrá que sacar tiempo de donde no lo
hay.
En no ficción, me gustaron las Crónicas
quinquis, de Javier Valenzuela, editadas por Libros del KO (otra editorial
que no falla nunca) Un ejemplo de esto es La sombra, de David Cabrera, la
historia de un tipo que mata a otro y se pasa escondido 30 años en el Barrio Chino
de Barcelona, anónimo delante de todo el mundo. Muchas gracias a Alberto Valle
por la recomendación, escuchada en el podcast de Michael Caine de Ricardo
Mariscal. Vinagre, de Jorge Matías, narra su experiencia alcohólica de
forma desgarradora. Y Eduardo Bravo relata una historia verdaderamente
surrealista en AAA, del Peronismo Mágico al Caso Almirón. El honor de peor
título del año corresponde a Crims, de Carles Porta, un libro
pésimamente editado, con reiteraciones absurdas y páginas y páginas de relleno
para alimentar a los fans del true-crime.
Como cada verano, leí un par de
best-sellers para desconectar. La puerta, de Manel Loureiro y Cementerio
de Secretos, de José Antonio Pérez Ledo, que cumplieron su misión a la
perfección, especialmente este último, con un gran personaje trasunto del
comisario Villarejo.
El gran misterio de este año es
un libro que leí, anoté y olvidé. Se llama Las elecciones. Se agradece cualquier
información adicional.
En el apartado de libros
comenzados y no terminados tengo que citar 4321 de Paul Auster (que
comenzaré a leer de nuevo, porque tiene una pinta estupenda), Adolfo, por el
camino púrpura, el libro de Concha Moya sobre Adolfo (Los Íberos, CRAG) que
acabaré en enero -junto al de Javier de Diego sobre Peter Gabriel- y los libros
de Martín Caparrós, eterna deuda pendiente. Recuerdo ahora que me quedé también
en el principio de la biografía de Zweig de María Estuardo, quizá por la
antigua edición que leí. Espero que la de Acantilado sea mejor.
Para acabar, un agradecimiento. Me
he ido desenganchando del fútbol cada vez más, pero he pasado ratos
extraordinarios escuchando el podcast Paquetes, de Álvaro Velasco e
Iñaki San Román, lo que me animó a leer su cómic Viejas Promesas (ojalá
una adaptación al cine pronto) y el libro de Álvaro Penalti Pop, que edita
Muddy Waters Books y que tiene un catálogo maravilloso que estoy devorando: el
libro de Daniel Entrialgo sobre crímenes mediáticos en EEUU (Balas y
estrellas), el de cómo está cambiando el panorama del vino (Vinos
gentrificados, por Santi Rivas, uno de los personajes más alucinantes de la
podcastfera. Tengo ganas de revivir mi podcast solo por entrevistarle) y Uno
de los Vuestros, de Javier Márquez, un repaso al impacto de la Mafia en la
cultura popular y penúltimo libro que leo este año. Queda para 2025 la Biografía
no autorizada de Dolly Parton que han escrito Eduardo Izquierdo y Eloy
Pérez.
De la mano de Paquetes,
descubrí otro podcast maravilloso, Saber y Empatar, que me ha acompañado
en los difíciles meses de agonía de mi suegro. Vi en Youtube todos los episodios
y leí su libro homónimo. Papá Noel trajo su nueva obra, El fútbol es para
listos (obra de Miguel Gutiérrez y Carlos Marañón), que caerá en enero. Y
estoy acabando el divertidísimo Zidanes y Cargoles, de Pach y Tomás
Guasch. No pasará mucho hasta que haya leído todo lo que han escrito los de
Saber y Empatar: Frases de Fútbol, Fútbol y Cine, La Pitipedia, GOAT...
Acabaré 2024 leyendo las Meditaciones
de Marco Aurelio. Cuando los médicos nos comunicaron que mi suegro iba a
fallecer, nos fuimos unos días a su pueblo a coger fuerzas ante lo que se avecinaba.
Apenas subsisten dos librerías allí y les compro siempre que voy. Suele haber poco
donde elegir (los bestsellers que he citado, young adult, autoayuda, autores mediáticos…),
así que suelo optar por clásicos. Estas reflexiones me han acompañado los últimos
cinco meses y las he ido leyendo muy poco a poco. Leeré la última esta tarde: “marcha
pues, con ánimo benévolo”.
Felices lecturas en 2025.
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