martes, 10 de diciembre de 2024

Mi amigo Javi


Mi amigo Javi habría cumplido hoy 52 años. Pero no llegó a cumplir 20, lo mató un conductor borracho: le embistió con el coche cuando regresaba de Murcia a Madrid y, pese a los esfuerzos de los médicos durante semanas, murió en la UCI.

Le encantaba Clint Eastwood, recuerdo el fin de semana que vio El Sargento de Hierro. Volvió el lunes repitiendo frases enteras. Siempre he admirado mucho a esa gente. El guión (con tilde, por favor) es de David Webb Peoples, que pocos años después escribió una frase demoledora en Sin Perdón: "Matar a un hombre es algo despreciable. Le quitas todo lo que tiene y todo lo que podría llegar a tener".

En una de las últimas cajas de la mudanza ha aparecido una foto suya. Pensaba que tenía más. Deseaba que apareciera alguna en la que estemos juntos. Es una foto arrugada, creo que de su último cumpleaños. Estamos en la Universidad Autónoma, un camarero se cruza y arruina la imagen. Hice otra foto unos segundos después, quizá esté por algún lado. 

Javi lleva una de sus habituales camisas de cuadros. Adoraba el teatro de todo tipo, especialmente el experimental. Le regalamos aquel día unos vinilos con la banda sonora de los espectáculos de La Fura dels Baus, que muestra a cámara. En su honor, montamos un espectáculo al año siguiente, pusimos su voz leyendo poemas. Yo sufrí ataques de ansiedad en la facultad, mi vida descarriló y me costó años volver a encontrar el camino.

Sigo pensando a menudo en él. A veces incluso sueño que sigue vivo. Le encantaba Opiniones de un payaso y Enemigo mío. No me he atrevido a leer el libro o ver la película, por miedo a que no me gusten. 

Era un tipo muy brillante, habría logrado todo lo que se hubiera propuesto. No hay rastro de él en internet, apenas un enlace con información incorrecta. Sirvan estas pocas líneas de homenaje para una de las personas más maravillosas que he conocido en mi vida. Qué injusta es la vida a veces.   

  

viernes, 6 de diciembre de 2024

Una foto en el periódico



Siguen apareciendo tesoros en las últimas cajas de la mudanza. He pensado en esta foto alguna vez y daba por hecho que tendría que ir a buscarla en el archivo del Grupo Zeta. O en el de Prensa Ibérica. Pero apareció: En El Periódico de Cataluña del 18 de mayo de 2003, Raquel y yo estamos tumbados en un murete, esperando entrar en el Estadio Olímpico de Barcelona para ver a Springsteen y la E Street Band. Un par de días de días antes los habíamos visto en Gijón, con mi amigo Nacho. Y un par de días después los vimos en la entonces Peineta, en Madrid.

La foto es de Albert Bertran. Y el generoso pie de foto reza: "Dos jóvenes descansan en un muro junto al Estadi". Acabábamos de estrenar la treintena, así que supongo que tenía razón. Nuestra vida estaba a punto de cambiar, a una velocidad que nunca imaginamos.

Me acababa de quedar en paro: había quebrado de muy mala manera el periódico sanitario que, con muchísima ilusión e infinito trabajo, había puesto en marcha. Me echaron con un despido improcedente y decidí crujirles en tribunales. Mientras decidía qué hacer con mi carrera profesional, nos animamos a hacer la gira completa de Bruce, algo que no he vuelto a hacer. Ni creo que haga. Y cuidábamos de mi abuela, que vivía sus últimos días.

Justo una semana después de la foto, estábamos convocados a elecciones. Fueron las famosas del 'Tamayazo'. Recuerdo que me acerqué al colegio electoral, a ver en qué mesa votaba mi abuela (lo que son las cosas, en el colegio donde estudió mi abuelo casi un siglo antes). Cuando volví a casa, la vi tan frágil que no la llevé a votar, ni llegué a ir yo. Creo que es la única vez que no he votado.

Los resultados de la noche anunciaban un vuelco electoral en la comunidad de Madrid, Simancas sería el nuevo presidente. Mi abuela empezó a agonizar, con un ronquido espantoso. A la mañana siguiente, me desperté temprano. Siempre miraba el teletexto de TVE (qué viejo me siento escribiendo esto) y saltó una noticia urgente: un avión lleno de militares se había estrellado en Turquía y habían muerto todos. 

A media mañana, el ronquido de mi abuela se hizo aún más intenso y me quedé con ella, hasta que sintió que se le paraba el corazón y me miró con pánico. Es la sensación más espantosa que he vivido en mi vida, ojalá me hubieran explicado en el colegio lo que es de verdad la muerte. Me dio por sonreír, pensé que estaría bien que su último recuerdo en su vida fuera mi sonrisa. Me sentí idiota, pero no había vuelta atrás. Como un zombie, empecé a llamar a toda mi familia, que comenzó a llegar a casa. La doctora tardó mucho en venir a certificar la muerte. Llamé a la funeraria, que mi abuela pagó religiosamente durante muchos años, su trato fue verdaderamente lamentable. Y me pareció tristísimo cuando acudieron a llevársela de la que fue su casa durante 35 años, camino del tanatorio.

Tras velarla, la enterramos al día siguiente. Llegamos a casa de mi madre y vi un anuncio en Telemadrid, de un nuevo concurso https://elpais.com/diario/2003/05/23/radiotv/1053640801_850215.html. Me pregunté que por qué no y llamé al 906 para el casting. Nos fuimos al Carrefour de enfrente para comprar cualquier cosa y encontré toda la discografía de Ry Cooder, que todavía me acompaña. Hice el casting, lo pasé, participé en el concurso, lo gané, me pagaron y nos fuimos en noviembre y diciembre a Tailandia y Nueva Zelanda a gastarnos el dinero. Volvimos a España, gané el juicio y me pagaron muchísimo más de lo que debían. Y proseguí mi carrera profesional como periodista y publiqué cientos de noticias (quizá miles) en todo tipo de medios de comunicación. Pero creo que no hemos vuelto a salir en el periódico. Debo tener los VHS del concurso por algún lado, tengo que digitalizarlos.

 

martes, 3 de diciembre de 2024

Frente a la casa de un asesino

Supongo que es cuestión de estadística. Al final, si te mueves un poco, te acabas dando cuenta que te has cruzado -esperemos que sin querer- con un asesino. Pensaba en esto el sábado, cuando regresé a Badalona. Junto al colegio donde estudiaban nuestras hijas hay una tienda de segunda mano donde, a menudo, compraba discos, DVDs o cómics. 

Y justo enfrente (y al lado del colegio donde estudió Raquel) está la casa donde vivía uno de los condenados por el famoso crimen de la Guardia Urbana. La verdad es que apenas recuerdo nada de la época en la que sucedió, bastante follón había en la calle en Cataluña en aquel entonces. Pero meses después, gracias a documentales true-crime, el caso se convirtió en el fenómeno mediático que hemos devorado en casa, como tanta otra gente. 

Estaba mirando la fachada de la casa y pensaba cuántas veces me lo habría cruzado. Y pensaba la cantidad de crímenes horrorosos leí de pequeño: mi abuelo era amigo del editor de El caso y le mandaba gratis el periódico a casa. Bueno, periódico por decir algo: era un panfleto que rebosaba sangre y morbo y que yo ojeaba en una mezcla de fascinación y horror. 

Han pasado 40 años, el true-crime parece estar más en forma que nunca. La gente devora los contenidos en plataformas. Y las editoriales aprovechan el tirón y sacan libros infames, sin editar, porque hay un público que lo va a consumir (como el que acabo de leer y que me ha dado ganas de tirar a la basura). Otros sí merecen la pena, claro. 

¿Cómo debe ser ese momento sin vuelta atrás en el que sabes que vas a matar a alguien? ¿Me habré cruzado con algún otro asesino? Seguro que sí. Me acuerdo que, en mi primer trabajo en comunicación sanitaria, coincidí en la clínica oftalmológica en la que trabajaba con uno de los abogados penalistas más famosos que había entonces. Él era todo un personaje. Y lo sabía. Se despedía diciendo: "Hasta luego. Si matas a alguien, ya sabes dónde encontrarme". Genio y figura. (Espero no necesitar jamás de los servicios de este tipo de profesionales).

domingo, 1 de diciembre de 2024

Cosas

Estuve el miércoles en Valencia, otra de esas visitas meteóricas de madrugón, AVE, viaje, correr al palacio de congresos, inauguración, ponencias, mal comer, más ponencias, merienda (con horchata esta vez), ver a un querido amigo un momento y correr a la estación. Casi perdí el tren de vuelta. La ciudad, para mi sorpresa, era un caos: el metro no funciona y se suple con decenas de autobuses que cortaban todos los cruces. No había un solo policía dirigiendo el tráfico.
Ya por la mañana me había fijado en la cantidad de gente que había en las paradas de bus. Gente resignada. Una sensación horrible. Desde el tren, me pareció ver una zodiac de la Guardia Civil buscando desaparecidos en un pantano. Y se seguían viendo coches embarrados en la nada, campos de naranjos en los que parecía haber entrado un cuchillo gigante en forma de torrente de piedras, partiéndolo en dos. Y mucha maquinaria arreglando vías de tren y carreteras. 

Quizá lo que más me impresionó fue el cauce del Turia, lleno de piedras. Parecía un paisaje lunar. Qué fuerza tan poderosa debía tener el agua para arrastrar esas rocas enormes. 

Pensé en la gente que ha perdido sus recuerdos allí mientras abría cuatro de las últimas cinco cajas que tenía pendientes de abrir de la mudanza, de agosto de 2018. Tenia la vana ilusión de que allí aparecieran los Tintines que leía de pequeño, una caja de puros con piezas de ajedrez de plástico con la que aprendí a jugar con mis abuelos, una máquina de afeitar de mi abuelo y un videojuego que me regaló mi abuela. Y cassettes de Beastie Boys, Paul McCartney y Replacements (iba escuchando Don't tell a soul mientras iba a la iglesia a casarme con Raquel) 

Solo aparecieron periódicos viejos (los de Barcelona 92 entre otros, qué cosas), algunos artículos y papelotes varios. Un libro sobre historia de Madrid y un par de cuadernos con anotaciones. Lo cierto es que cada vez le tengo menos apego a las cosas. Pero esas me hacía ilusión volver a verlas. Al menos todavía tengo una última bala, en la última caja de la mudanza. Vivo rodeado de libros, discos, películas y recuerdos. No como tanta gente que lo perdió todo hace un mes.