viernes, 11 de abril de 2025

Esta mañana he madrugado para ver el último episodio de The Pitt

 


Tengo mucho trabajo, afortunadamente. Me espera una Semana Santa sin parar de escribir. Pero he madrugado para despedirme de los personajes de ficticio Pittsburgh Trauma Medical Hospital. Ha sido un viaje de 15 episodios en los que me ha costado entrar, pero de donde no voy a salir nunca.

Le guardo mucho cariño a Noah Wyle, pasé muchas horas viendo Urgencias. Después, le perdí la pista. Veía que hacía telefilmes que no me interesaban. Y, como comento, empecé a ver la serie por curiosidad, pero no terminaba de enganchar con los personajes. Miraba al móvil de vez en cuando, sí.

El primer episodio empieza de manera muy similar a Urgencias, hablando de suicidio. ¿Casualidad? No lo creo. Wyle ahora ejerce de protagonista, productor y guionista en varios de los episodios. Y ha depurado el modelo de Urgencias, con una acción aún más frenética y unos arquetipos de los que te acabas enamorando.

El servicio de Urgencias del Hospital es The Pitt, un juego de palabras intraducible entre el nombre de la ciudad y la palabra inglesa ‘pozo’. Vemos, en episodios a tiempo real, el primer día de los estudiantes, el funcionamiento del equipo y el auténtico desastre que es la sanidad y la educación estadounidense.

Vemos casos curiosos y divertidos, vemos dramas, vemos nacer a bebés y vemos morir a pacientes, como sucede a diario en los servicios de Urgencias. Y vemos nacer tramas que acaban floreciendo en historias que no puedes dejar de ver, que te tienen toda la semana esperando al siguiente episodio. Vemos agresiones a sanitarios, una lamentable lacra que se ve por desgracia en todos lados. Vemos la cicatriz que supuso la pandemia (y que, aunque queramos mirar a otro lado, sigue ahí) Vemos la lacra de los anti-ciencia y de las armas en Estados Unidos, con esas noticias que de vez en cuando nos aterran a todos. Y, lo que es más importante, vemos personajes de carne y hueso, con historias con las que empatizamos.

Es difícil contar mucho más sin hacer spoilers. Quizá subrayar la crudeza con la que se muestran algunos de los casos, con sangre y vísceras en cámara si es preciso. Tienes la sensación de ser tú el residente de primer año que está viendo al paciente al pie de la camilla. Y todo con una cámara que busca los rincones y que, salvo alguna elipsis dramática, nos muestra absolutamente cada rincón del servicio.

Y debo mencionar al excelente reparto coral que acompaña a Wyle, con actores poco conocidos y de los que, muy seguramente, volveremos a ver pronto. Ojo a Taylor Dearden, de casta le viene al galgo…

¿Habrá segunda temporada? Qué más da… Dentro de poco volveré a verme estos 15 episodios para volver a saborear cada detalle. Esta mañana me levanté para ver el último episodio de The Pitt, he estado todo el día escribiendo. Y acabo el día escribiendo esto.

The Pitt está disponible en HBO Max.  

miércoles, 9 de abril de 2025

Alcatraz: roca inexpugnable, cárcel mítica

Aquí va otro artículo que publiqué en Fiat Lux, fue un placer ir y contarlo. Me da pena que se pierda, así que aquí queda.


El teniente español Juan Manuel de Ayala bautizó en 1775 una pequeña isla de la bahía de San Francisco como Isla de los Alcatraces, por la cantidad de colonias de estas aves que anidaban allí. Poco podía imaginar que esta palabra de origen árabe se acabaría convirtiendo en sinónimo de la cárcel más famosa del mundo.

Los españoles había llegado seis años antes, en 1769, fundando un “presidio” (una fortaleza) y una misión, que recibió el nombre de San Francisco de Asís y que acabó denominando a la ciudad. Enfrente, “La Roca” permaneció habitada únicamente por animales hasta 1853, cuando la Fiebre del Oro que se desató seis años antes impulsó la construcción de un faro –el primero de la costa del Pacífico– y una batería de costa para proteger la bahía. En 1861, al comienzo de la Guerra Civil estadounidense, la dotación contaba con 111 cañones y 400 soldados. Los avances militares que se produjeron en la contienda provocaron que las defensas quedaran pronto obsoletas, aunque se habían ido renovando, y el ejército se terminó retirando de la fortificación en 1907, pasando a ser administrada por la Guardia Nacional de los Estados Unidos.

Sin embargo, prácticamente desde el principio Alcatraz fue una cárcel: en 1859 ya hay constancia de 11 soldados recluidos en uno de los sótanos. Y, durante la Guerra Civil, sirvió de prisión a soldados acusados de deserción y otros delitos, así como a la tripulación de un barco confederado y, posteriormente, a indios capturados durante las guerras indias e incluso a militares convictos de la guerra de Cuba contra España.

La mayor cárcel de hormigón del mundo

El traspaso de poderes a la Guardia Nacional conllevó la demolición de la ciudadela y el inicio de la construcción de la que era en su momento la mayor cárcel de hormigón del mundo, ahora con el nombre de “Cuartel disciplinario de los EEUU, división Pacífico”. Las obras finalizaron en 1912 y ya los objetores de conciencia de la I Guerra Mundial fueron encarcelados allí. Durante la depresión de los años 30 se creó el Ministerio de Justicia, que se interesó por instalar en Alcatraz una prisión de máxima seguridad. Y, con la transferencia de competencias por parte del Ministerio de la Guerra, se abrió en 1934 como penitenciaría federal y comenzó su historia mítica.

En total, 1.545 hombres cumplieron condena en Alcatraz aunque la cárcel nunca estuvo masificada, con un promedio de presos de 260 y un máximo de 302, con 336 celdas disponibles. El recinto estaba reservado a convictos indisciplinados o incorregibles, que permanecieron una media de 8-10 años. Quizá el más famoso fue Al Capone, que ocupó durante cuatro años y medio una celda que no se ha podido precisar en el ala hospitalaria. Otros nombres conocidos fue “Doc” Barker, Alvin “Creepy” Karpis, Floyd Hamilton, “Machine Gun” Kelly y Robert Stroud, el “hombre de Alcatraz” experto en aves y al que encarnó Burt Lancaster en la excelente película, pese a que se ajusta poco a los hechos, de John Frankenheimer.

Cuando el visitante entra en la “Casa Grande” (nombre con el que los presos bautizaron al edificio principal), no puede evitar sentir un estremecimiento: la reja y la recepción de los internos se mantiene tal cual. Allí les proporcionaban el uniforme con camisa azul desvaído, un abrigo azul oscuro, los zapatos, las sábanas y los útiles de cocina y aseo. Enfrente, delante de celadores y de otros presos, se duchaban en fila en unas duchas comunes.

Austeridad en las celdas

Las tres galerías de celdas, de tres pisos cada una, están bañadas por luz natural. Impresiona el pequeño tamaño de los habitáculos, pintados de verde tenue y blanco, con apenas un camastro, un lavabo y un WC, dos tablas abatibles atornilladas a la pared que servían de mesa y silla y un par de baldas. Años después se dotaron de radios –también empotradas en la pared– que se podían escuchar con auriculares. Impresionan especialmente las celdas de castigo, a las que se puede acceder: los presos pasaban un máximo de 24 días en la oscuridad más absoluta y sin absolutamente nada en el habitáculo excepto el retrete, cama y lavabo.

Los presos accedían al comedor por una puerta enrejada presidida por un reloj, que fue bautizada irónicamente como Times Square. Era obligatorio el paso por el detector de metales, porque todavía no se utilizaban cubiertos de plástico. La comida tenía fama de ser buena, en un intento de evitar motines.

Sin embargo, estos se acabaron produciendo: el más grave comenzó el 2 de mayo de 1946, cuando tres presos atacaron a los guardias e intentaron huir. Al no lograrlo, se atrincheraron y combatieron, con las armas que obtuvieron, a los marines, a los guardacostas y las fuerzas de la policía estatal de California que cruzaron la bahía desde San Francisco para sofocar la asonada. Para lograrlo, cortaron la electricidad de la cárcel y, a oscuras, hicieron agujeros en el tejado y tiraron granadas de mano (las marcas de metralla todavía pueden verse) El resultado fue de dos guardias muertos y 11 heridos, además de tres presos fallecidos y otro, que no participó en la revuelta, herido.

Uno de los celadores tuvo tiempo para escribir los nombres de los participantes en el motín, rodeando con un círculo a los de los tres cabecillas, un testimonio que resultó clave en el juicio posterior, en el que dos de ellos –Miran Thompson y Sam Shockley–fueron condenados a muerte y ejecutados en San Quintín. El tercero, Clarence Carnes, sentenciado de por vida, recibió otra condena perpetua adicional, pero fue liberado en 1973.             

La visita al patio permite hacerse una idea de lo que debía suponer para los presos tener una vista privilegiada del Golden Gate encerrados literalmente en cuatro paredes de hormigón, con unas gradas para sentarse a tomar el sol. Aún se aprecia la pintura del suelo, delimitando las canchas de baloncesto y se conserva la alambrada del pitcher y el diamante para jugar al béisbol.

Una fuga de película

Pero los presos que han pasado realmente a la historia de la prisión son los hermanos y atracadores de bancos Clarence y John Anglin y Frank Morris, condenado por posesión de narcóticos y robo con arma de fuego y al que encarnó Clint Eastwood en la conocida película que dirigió Don Siegel. Morris, con un cociente intelectual muy elevado, trazó un plan que les llevó 9 meses: consiguió burlar los detectores de metales y hacerse con cucharillas para atravesar el hormigón, reblandecido por el salitre. En paralelo, construyeron cabezas con una mezcla de jabón y papel higiénico y les dieron verosimilitud con pelo procedente de la peluquería, para burlar así el recuento nocturno. Además, cosieron varios impermeables para confeccionar una especie de balsa.



El día 11 de junio de 1962 salieron de sus celdas por los pequeños agujeros que habían horadado con las cucharillas, para pasar a un pasillo de servicio que no se utilizaba, por el que treparon al tejado. De allí, se descolgaron al suelo, escalaron la alambrada y se echaron al agua con la balsa, teniendo que lidiar con el agua helada y las fuertes corrientes. Se suele añadir, para agregar más dramatismo, que la bahía está infestada de tiburones, pero son de una especie (tiburones de arena) que no ataca a los humanos.

Los tres presos fugados nunca aparecieron y, de hecho, los US Marshals les siguen buscando pese a que el caso se cerró por el FBI, tras una investigación de 17 años, con la conclusión de que se ahogaron la noche que huyeron. En la puerta del comedor de la cárcel hay un cartel con las fotos de sus fichas policiales y su posible aspecto a día de hoy. En sus celdas, que se han ambientado tal y como estaban la noche que escaparon, se han conservado los manuales de español con los que aprendían el idioma, quizá una pista de que su intención era huir a Sudamérica. Una historia apócrifa cuenta que uno de los guardias recibió una postal sin remite desde Brasil.

Los especialistas del programa de televisión Cazadores de mitos demostraron en 2003 que la huida era posible, aspecto que confirmaron recientemente los investigadores de Universidad de Delft, con un modelo matemático de mareas que ha probado que, si escaparon a partir de medianoche, Morris y los Anglin pudieron llegar a tierra. 

Lo que es cierto es que pocos meses después de la fuga el Fiscal General Robert Kennedy decretó su cierre. Frank Weatherman, preso AZ 1576, fue el último en abandonar la cárcel. “Alcatraz nunca fue buena para nadie”, denunció. Era el 21 de marzo de 1963, el día en que acabó la leyenda de la prisión y empezó el mito.   

Otros datos útiles

-        La isla de Alcatraz recibe casi 1,4 millones de visitantes anuales, por lo que es imprescindible reservar la visita con antelación. Puede hacerse por internet o desde la recepción del hotel y en el billete se indica la hora del barco que debe tomarse desde el muelle 33 a partir de las 9,10 de la mañana y que apenas tarda 10 minutos.

-        El coste del billete adulto es de 30 dólares y da derecho a visitar la cárcel durante el tiempo que se desee, conviene reservarse al menos un par de horas. Tanto el barco como la visita cuenta con facilidades para personas en sillas de ruedas.

-        Puede regresarse cuando se desee, en los numerosos transbordadores, convenientemente anunciados. El último es a las 6,40 de la tarde, aunque también hay visitas nocturnas (según temporada)

-        La vista desde la cubierta tanto de la ciudad como de la bahía son espectaculares. También se observan aves marinas como pelícanos e incluso focas.

-        La visita se realiza con audioguía, incluida en el precio. Disponible en castellano, es recomendable la versión inglesa, con las voces originales de presos y celadores.

-        En la tienda de recuerdos, pueden comprarse desde vasos y platos de estaño similares a los de los presos a reproducciones del uniforme carcelario, libros, películas inspiradas en la cárcel, gorras, camisetas y cualquier otro souvenir imaginable.

 



sábado, 5 de abril de 2025

Con John Dillinger, en el cine


Preparando uno de los miles de proyectos que rondan en mi cabeza, me he encontrado con las crónicas negras que escribí para la desaparecida revista Fiat Lux (http://revistafiatlux.com/) Como no parece haber registro de ellas, las iré colgando por aquí. Muchas gracias a Daniel Borasteros por darme entonces la oportunidad. Comienzo con un viaje a Chicago, hace 10 años, siguiendo los pasos de John Dillinger, el enemigo público número 1. 

Por cierto, fiel a encontrarme a gente conocida en sitios improbables, me crucé con los Calexico justo allí. Tocaban aquella noche con Depedro de guitarrista de apoyo (con el que además coincidí en el avión), que me invitó al concierto, pero no me dio la vida y lamentablemente no pude ir. Ojalá verles encima de un escenario alguna vez.


En el cine, con John Dillinger

Xavi Granda, Chicago

1 de junio de 2015. La primavera no parece haber llegado a Chicago, 10 grados de temperatura, lluvia y un viento que hace que los paraguas sean unos accesorios inútiles a los que los peatones se aferran cómicamente. Estoy en un suburbio llamado Lincoln Park, de casas bajas de ladrillo, bien cuidadas. En el 2.433 de la larga avenida Lincoln –que lo atraviesa en diagonal– está el teatro Biograph y allí, en un callejón junto a la taquilla, John Dillinger fue acribillado el 22 de julio de 1934 cuando salía de ver Manhattan Melodrama, una película de gangsters protagonizada por Clark Gable y William Powell.  

Nacido en Indianápolis en 1903, Dillinger se convirtió en el enemigo público número 1, con una carrera criminal legendaria –atracó un total de 24 bancos y cuatro comisarías, de donde se llevaba armas y chalecos anti-balas– y una imagen pública de Robin Hood que cuidó al detalle y que, a la vez, provocó la modernización del FBI. Ya con 19 años fue arrestado por robar un coche y diversos choques posteriores con la justicia le hicieron enrolarse en la Marina, aunque desertó pronto y regresó a su casa.

Incapaz de encontrar trabajo, robó con un compinche una tienda de comestibles del barrio: su padre, diácono de la iglesia local, le convenció de que se declarara culpable, esperando una sentencia leve. Fue sentenciado de 10 a 20 años y, según confesión propia, aprendió todo lo malo que se puede aprender dentro de una cárcel: cumplió 9 años y medio. Salió el 10 de mayo de 1933 gracias a una campaña de firmas iniciada por su padre, que pudo reunir 188.

Sin expectativas, en plena Gran Depresión, apenas tardó 40 días en robar su primer banco, a los que seguirían 12 más en apenas un año con un modus operandi que ha sido posteriormente calcado por criminales de todo el mundo: un potente coche que espera en la puerta con el motor encendido, los atracadores que entran enmascarados, roban todo el dinero que pueden y huyen. Tras uno de estos golpes, volvió a ser arrestado y encerrado en la cárcel de máxima seguridad de Crown Point (Indiana), de la que se fugó de manera legendaria: con una falsa pistola tallada en una patata (en madera, según otras fuentes), que le sirvió para encerrar a 30 guardias, hacerse con armas de verdad y huir en el coche del sheriff.

Esta historia –y muchas otras, más legendarias que reales– lograron que Dillinger se convirtiera en un inmenso negocio: la prensa detallaba pormenorizadamente todas sus acciones y vendía millones de ejemplares. Él, consciente de su figura, incluso alimentaba a los medios, saludando a las personas que se encontraban en los bancos que atracaba al grito de “Buenos días, hoy es uno de los días más importantes de sus vidas porque coinciden con John Dillinger”. Incluso los fabricantes de automóviles alardeaban de que escapaba porque usaba uno de sus veloces modelos…

La inmensa bola de nieve conllevó además que se acuñara el término “Enemigo Público número 1” y que Edgar Hoover, al frente de un incipiente FBI, concediera plenos poderes al agente Melvis Purvis para que le diera caza.

Tras escapar a diferentes tiroteos, Dillinger eligió un suburbio de Chicago para convivir con su novia, llamada Polly, ya que consideraba que la gran ciudad le proporcionaba anonimato. Se había hecho la cirugía estética y se había teñido el pelo y estaba tan convencido de que pasaba inadvertido, que incluso acudía a ver partidos de béisbol de los Cubs, su equipo favorito. Cuentan incluso que se encontró en el estadio con su abogado, que hablaba con un policía, y tuvo la osadía de interrumpir la conversación para saludarlo.

Pero no contaba que sería delatado por una madame de burdel llamada Anna Sage, que hizo un trato con el FBI a cambio de no ser deportada: advirtió a las autoridades que acompañaría a Dillinger y a su pareja al día siguiente al cine. Ella vestiría de naranja, para ser fácilmente reconocible, aunque ha pasado a la historia como “la mujer de rojo”, quizá por el efecto de la luz sobre la camisa (o la falda, según otras versiones) que llevaba.

La película elegida, tras descartar una comedia de Shirley Temple, fue un dramón que cuenta la historia de dos huérfanos que son adoptados por el mismo hombre: uno se convierte en gángster y el otro en fiscal, que tendrá que acusar a su hermanastro de asesinato. Para rematar el tema, ambos se enamoran de la misma mujer, la estupenda Mirna Loy. La canción Blue Moon, escrita por Richard Rodgers para su banda sonora, se convirtió en un clásico.


El 22 de julio de 1934, debía ser un domingo de un calor asfixiante: según el Chicago Tribune de ese día, 23 personas murieron a causa de las altas temperaturas. La marquesina del cine anunciaba que estaba refrigerado “con aire helado”. El trío formado por Dillinger y sus dos acompañantes entró en la sala a las 20.30, aproximadamente, y los responsables del FBI se comunicaron con Hoover para recibir instrucciones. Debían esperar a que saliera, para evitar un tiroteo en la sala, y abrir fuego a la menor sospecha. La presencia policial en el exterior era tan evidente, con 16 agentes, que el gerente del cine llamó a la policía al creer que eran ladrones que iban a robar la recaudación. Los policías le informaron de que iba a llevarse a cabo una importante misión.

A las 22,40, tal y como informó en su portada aquel día The New York Times, Dillinger y sus amigas salieron del cine. La leyenda cuenta que Purvis arrojó un puro al suelo cuando identificó al atracador de bancos, que llevaba un revolver en su funda, pero la realidad parece ser más prosaica: fue baleado por la espalda por tres agentes de la ley, que dispararon seis tiros cuando salió corriendo al verse descubierto y, supuestamente, echó mano a su arma. El tiro que lo mató le entró por el cuello, le seccionó la médula, atravesó su cerebro y le salió por la cara, bajo el ojo derecho, tal y como evidencia la máscara mortuoria que se le realizó. Dos mujeres resultaron heridas leves, por balas de rebote, que terminaron alojadas en un poste de teléfono. Cuentan las crónicas que los testigos del tiroteo lo horadaron para llevarse a casa las esquirlas y, además, sacaron sus pañuelos y los mojaron en la sangre fresca de la acera para tener un recuerdo del criminal.

El cadáver se trasladó en ambulancia a un hospital cercano, donde no llegó a ingresar, ya que se evidenció su muerte. El cuerpo quedó en el césped frente a la fachada del edificio, en espera del forense, para posteriormente ser trasladado a una morgue donde, en un nuevo gesto morboso, 15.000 personas se acercaron a verlo en el día y medio en el que estuvo expuesto. El entierro, en Indianápolis, también se convirtió en un circo, con otras 5.000 personas que robaron las flores e incluso se llevaron puñados de barro que rodeaban la tumba, antes de ser disueltos por la policía.

El miedo a que el cadáver fuera robado hizo que el padre de Dillinger encargara cuatro capas de metal y hormigón para proteger el ataúd. No le faltaba razón, la lápida con el nombre de Dillinger, su fecha de nacimiento y muerte, ha sido repuesta cuatro veces, porque la gente arranca trozos de recuerdo.

La muerte de Dillinger catapultó la carrera de Hoover al frente del FBI, mientras que Purvis  abandonó un año después la institución, en parte por su ansia de notoriedad y en parte por los celos de su superior. Escribió su autobiografía y se dedicó a diferentes negocios, para morir de manera extraña en 1960, de un disparo accidental de la pistola que llevaba aquella noche en el teatro Biograph. Cuentan que conservó una copia de la máscara mortuoria en su despacho toda su vida. La delatora dama de rojo Anna Sage, pese a colaborar con las autoridades, fue deportada a su Rumanía natal, donde murió en 1947. Polly escapó a Detroit, pero volvió semanas después, se casó y vivió en el mismo vecindario hasta su muerte, en 1969. John Dillinger, como es sabido, se convirtió en un icono pop e inspiró libros, canciones, el nombre de un grupo de rock y varias películas.

El Biograph proyectó películas hasta 2004, cuando fue remodelado y se eliminó el proyector. Hoy alberga conciertos y obras de teatro. Mientras echo un último vistazo y trato de imaginar dónde estaban los protagonistas de esta historia, un autobús de Untouchable Tours cruza salpicando en el asfalto delante de su fachada, en las ventanas hay vinilos de famosos criminales locales como Al Capone. Ninguna placa indica que allí murió John Dillinger.