El teniente español Juan Manuel
de Ayala bautizó en 1775 una pequeña isla de la bahía de San Francisco como
Isla de los Alcatraces, por la cantidad de colonias de estas aves que anidaban
allí. Poco podía imaginar que esta palabra de origen árabe se acabaría
convirtiendo en sinónimo de la cárcel más famosa del mundo.
Los españoles había llegado seis
años antes, en 1769, fundando un “presidio” (una fortaleza) y una misión, que
recibió el nombre de San Francisco de Asís y que acabó denominando a la ciudad.
Enfrente, “La Roca” permaneció habitada únicamente por animales hasta 1853,
cuando la Fiebre del Oro que se desató seis años antes impulsó la construcción
de un faro –el primero de la costa del Pacífico– y una batería de costa para
proteger la bahía. En 1861, al comienzo de la Guerra Civil estadounidense, la
dotación contaba con 111 cañones y 400 soldados. Los avances militares que se
produjeron en la contienda provocaron que las defensas quedaran pronto
obsoletas, aunque se habían ido renovando, y el ejército se terminó retirando
de la fortificación en 1907, pasando a ser administrada por la Guardia Nacional
de los Estados Unidos.
Sin embargo, prácticamente desde
el principio Alcatraz fue una cárcel: en 1859 ya hay constancia de 11 soldados
recluidos en uno de los sótanos. Y, durante la Guerra Civil, sirvió de prisión a
soldados acusados de deserción y otros delitos, así como a la tripulación de un
barco confederado y, posteriormente, a indios capturados durante las guerras
indias e incluso a militares convictos de la guerra de Cuba contra España.
La mayor cárcel de hormigón del
mundo
El traspaso de poderes a la
Guardia Nacional conllevó la demolición de la ciudadela y el inicio de la
construcción de la que era en su momento la mayor cárcel de hormigón del mundo,
ahora con el nombre de “Cuartel disciplinario de los EEUU, división Pacífico”.
Las obras finalizaron en 1912 y ya los objetores de conciencia de la I Guerra
Mundial fueron encarcelados allí. Durante la depresión de los años 30 se creó
el Ministerio de Justicia, que se interesó por instalar en Alcatraz una prisión
de máxima seguridad. Y, con la transferencia de competencias por parte del
Ministerio de la Guerra, se abrió en 1934 como penitenciaría federal y comenzó
su historia mítica.
En total, 1.545 hombres
cumplieron condena en Alcatraz aunque la cárcel nunca estuvo masificada, con un
promedio de presos de 260 y un máximo de 302, con 336 celdas disponibles. El
recinto estaba reservado a convictos indisciplinados o incorregibles, que
permanecieron una media de 8-10 años. Quizá el más famoso fue Al Capone, que
ocupó durante cuatro años y medio una celda que no se ha podido precisar en el
ala hospitalaria. Otros nombres conocidos fue “Doc” Barker, Alvin “Creepy”
Karpis, Floyd Hamilton, “Machine Gun” Kelly y Robert Stroud, el “hombre de
Alcatraz” experto en aves y al que encarnó Burt Lancaster en la excelente
película, pese a que se ajusta poco a los hechos, de John Frankenheimer.
Cuando el visitante entra en la
“Casa Grande” (nombre con el que los presos bautizaron al edificio principal),
no puede evitar sentir un estremecimiento: la reja y la recepción de los
internos se mantiene tal cual. Allí les proporcionaban el uniforme con camisa
azul desvaído, un abrigo azul oscuro, los zapatos, las sábanas y los útiles de
cocina y aseo. Enfrente, delante de celadores y de otros presos, se duchaban en
fila en unas duchas comunes.
Austeridad en las celdas
Las tres galerías de celdas, de
tres pisos cada una, están bañadas por luz natural. Impresiona el pequeño
tamaño de los habitáculos, pintados de verde tenue y blanco, con apenas un
camastro, un lavabo y un WC, dos tablas abatibles atornilladas a la pared que
servían de mesa y silla y un par de baldas. Años después se dotaron de radios
–también empotradas en la pared– que se podían escuchar con auriculares.
Impresionan especialmente las celdas de castigo, a las que se puede acceder:
los presos pasaban un máximo de 24 días en la oscuridad más absoluta y sin
absolutamente nada en el habitáculo excepto el retrete, cama y lavabo.
Los presos accedían al comedor
por una puerta enrejada presidida por un reloj, que fue bautizada irónicamente
como Times Square. Era obligatorio el paso por el detector de metales, porque
todavía no se utilizaban cubiertos de plástico. La comida tenía fama de ser
buena, en un intento de evitar motines.
Sin embargo, estos se acabaron
produciendo: el más grave comenzó el 2 de mayo de 1946, cuando tres presos
atacaron a los guardias e intentaron huir. Al no lograrlo, se atrincheraron y
combatieron, con las armas que obtuvieron, a los marines, a los guardacostas y
las fuerzas de la policía estatal de California que cruzaron la bahía desde San
Francisco para sofocar la asonada. Para lograrlo, cortaron la electricidad de
la cárcel y, a oscuras, hicieron agujeros en el tejado y tiraron granadas de
mano (las marcas de metralla todavía pueden verse) El resultado fue de dos
guardias muertos y 11 heridos, además de tres presos fallecidos y otro, que no
participó en la revuelta, herido.
Uno de los celadores tuvo tiempo
para escribir los nombres de los participantes en el motín, rodeando con un
círculo a los de los tres cabecillas, un testimonio que resultó clave en el
juicio posterior, en el que dos de ellos –Miran Thompson y Sam Shockley–fueron
condenados a muerte y ejecutados en San Quintín. El tercero, Clarence Carnes,
sentenciado de por vida, recibió otra condena perpetua adicional, pero fue
liberado en 1973.
La visita al patio permite
hacerse una idea de lo que debía suponer para los presos tener una vista
privilegiada del Golden Gate encerrados literalmente en cuatro paredes de
hormigón, con unas gradas para sentarse a tomar el sol. Aún se aprecia la
pintura del suelo, delimitando las canchas de baloncesto y se conserva la
alambrada del pitcher y el diamante para jugar al béisbol.
Una fuga de película
Pero los presos que han pasado
realmente a la historia de la prisión son los hermanos y atracadores de bancos
Clarence y John Anglin y Frank Morris, condenado por posesión de narcóticos y
robo con arma de fuego y al que encarnó Clint Eastwood en la conocida película
que dirigió Don Siegel. Morris, con un cociente intelectual muy elevado, trazó
un plan que les llevó 9 meses: consiguió burlar los detectores de metales y
hacerse con cucharillas para atravesar el hormigón, reblandecido por el
salitre. En paralelo, construyeron cabezas con una mezcla de jabón y papel
higiénico y les dieron verosimilitud con pelo procedente de la peluquería, para
burlar así el recuento nocturno. Además, cosieron varios impermeables para
confeccionar una especie de balsa.
El día 11 de junio de 1962 salieron
de sus celdas por los pequeños agujeros que habían horadado con las
cucharillas, para pasar a un pasillo de servicio que no se utilizaba, por el
que treparon al tejado. De allí, se descolgaron al suelo, escalaron la
alambrada y se echaron al agua con la balsa, teniendo que lidiar con el agua
helada y las fuertes corrientes. Se suele añadir, para agregar más dramatismo,
que la bahía está infestada de tiburones, pero son de una especie (tiburones de
arena) que no ataca a los humanos.
Los tres presos fugados nunca
aparecieron y, de hecho, los US Marshals les siguen buscando pese a que el caso
se cerró por el FBI, tras una investigación de 17 años, con la conclusión de
que se ahogaron la noche que huyeron. En la puerta del comedor de la cárcel hay
un cartel con las fotos de sus fichas policiales y su posible aspecto a día de
hoy. En sus celdas, que se han ambientado tal y como estaban la noche que
escaparon, se han conservado los manuales de español con los que aprendían el
idioma, quizá una pista de que su intención era huir a Sudamérica. Una historia
apócrifa cuenta que uno de los guardias recibió una postal sin remite desde
Brasil.
Los especialistas del programa de
televisión Cazadores de mitos demostraron en 2003 que la huida era posible,
aspecto que confirmaron recientemente los investigadores de Universidad de
Delft, con un modelo matemático de mareas que ha probado que, si escaparon a
partir de medianoche, Morris y los Anglin pudieron llegar a tierra.
Lo que es cierto es que pocos
meses después de la fuga el Fiscal General Robert Kennedy decretó su cierre.
Frank Weatherman, preso AZ 1576, fue el último en abandonar la cárcel.
“Alcatraz nunca fue buena para nadie”, denunció. Era el 21 de marzo de 1963, el
día en que acabó la leyenda de la prisión y empezó el mito.
Otros datos útiles
-
La isla de Alcatraz recibe casi 1,4 millones de
visitantes anuales, por lo que es imprescindible reservar la visita con
antelación. Puede hacerse por internet o desde la recepción del hotel y en el
billete se indica la hora del barco que debe tomarse desde el muelle 33 a
partir de las 9,10 de la mañana y que apenas tarda 10 minutos.
-
El coste del billete adulto es de 30 dólares y
da derecho a visitar la cárcel durante el tiempo que se desee, conviene
reservarse al menos un par de horas. Tanto el barco como la visita cuenta con
facilidades para personas en sillas de ruedas.
-
Puede regresarse cuando se desee, en los
numerosos transbordadores, convenientemente anunciados. El último es a las 6,40
de la tarde, aunque también hay visitas nocturnas (según temporada)
-
La vista desde la cubierta tanto de la ciudad
como de la bahía son espectaculares. También se observan aves marinas como
pelícanos e incluso focas.
-
La visita se realiza con audioguía, incluida en
el precio. Disponible en castellano, es recomendable la versión inglesa, con
las voces originales de presos y celadores.
-
En la tienda de recuerdos, pueden comprarse
desde vasos y platos de estaño similares a los de los presos a reproducciones
del uniforme carcelario, libros, películas inspiradas en la cárcel, gorras,
camisetas y cualquier otro souvenir imaginable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario