sábado, 5 de abril de 2025

Con John Dillinger, en el cine


Preparando uno de los miles de proyectos que rondan en mi cabeza, me he encontrado con las crónicas negras que escribí para la desaparecida revista Fiat Lux (http://revistafiatlux.com/) Como no parece haber registro de ellas, las iré colgando por aquí. Muchas gracias a Daniel Borasteros por darme entonces la oportunidad. Comienzo con un viaje a Chicago, hace 10 años, siguiendo los pasos de John Dillinger, el enemigo público número 1. 

Por cierto, fiel a encontrarme a gente conocida en sitios improbables, me crucé con los Calexico justo allí. Tocaban aquella noche con Depedro de guitarrista de apoyo (con el que además coincidí en el avión), que me invitó al concierto, pero no me dio la vida y lamentablemente no pude ir. Ojalá verles encima de un escenario alguna vez.


En el cine, con John Dillinger

Xavi Granda, Chicago

1 de junio de 2015. La primavera no parece haber llegado a Chicago, 10 grados de temperatura, lluvia y un viento que hace que los paraguas sean unos accesorios inútiles a los que los peatones se aferran cómicamente. Estoy en un suburbio llamado Lincoln Park, de casas bajas de ladrillo, bien cuidadas. En el 2.433 de la larga avenida Lincoln –que lo atraviesa en diagonal– está el teatro Biograph y allí, en un callejón junto a la taquilla, John Dillinger fue acribillado el 22 de julio de 1934 cuando salía de ver Manhattan Melodrama, una película de gangsters protagonizada por Clark Gable y William Powell.  

Nacido en Indianápolis en 1903, Dillinger se convirtió en el enemigo público número 1, con una carrera criminal legendaria –atracó un total de 24 bancos y cuatro comisarías, de donde se llevaba armas y chalecos anti-balas– y una imagen pública de Robin Hood que cuidó al detalle y que, a la vez, provocó la modernización del FBI. Ya con 19 años fue arrestado por robar un coche y diversos choques posteriores con la justicia le hicieron enrolarse en la Marina, aunque desertó pronto y regresó a su casa.

Incapaz de encontrar trabajo, robó con un compinche una tienda de comestibles del barrio: su padre, diácono de la iglesia local, le convenció de que se declarara culpable, esperando una sentencia leve. Fue sentenciado de 10 a 20 años y, según confesión propia, aprendió todo lo malo que se puede aprender dentro de una cárcel: cumplió 9 años y medio. Salió el 10 de mayo de 1933 gracias a una campaña de firmas iniciada por su padre, que pudo reunir 188.

Sin expectativas, en plena Gran Depresión, apenas tardó 40 días en robar su primer banco, a los que seguirían 12 más en apenas un año con un modus operandi que ha sido posteriormente calcado por criminales de todo el mundo: un potente coche que espera en la puerta con el motor encendido, los atracadores que entran enmascarados, roban todo el dinero que pueden y huyen. Tras uno de estos golpes, volvió a ser arrestado y encerrado en la cárcel de máxima seguridad de Crown Point (Indiana), de la que se fugó de manera legendaria: con una falsa pistola tallada en una patata (en madera, según otras fuentes), que le sirvió para encerrar a 30 guardias, hacerse con armas de verdad y huir en el coche del sheriff.

Esta historia –y muchas otras, más legendarias que reales– lograron que Dillinger se convirtiera en un inmenso negocio: la prensa detallaba pormenorizadamente todas sus acciones y vendía millones de ejemplares. Él, consciente de su figura, incluso alimentaba a los medios, saludando a las personas que se encontraban en los bancos que atracaba al grito de “Buenos días, hoy es uno de los días más importantes de sus vidas porque coinciden con John Dillinger”. Incluso los fabricantes de automóviles alardeaban de que escapaba porque usaba uno de sus veloces modelos…

La inmensa bola de nieve conllevó además que se acuñara el término “Enemigo Público número 1” y que Edgar Hoover, al frente de un incipiente FBI, concediera plenos poderes al agente Melvis Purvis para que le diera caza.

Tras escapar a diferentes tiroteos, Dillinger eligió un suburbio de Chicago para convivir con su novia, llamada Polly, ya que consideraba que la gran ciudad le proporcionaba anonimato. Se había hecho la cirugía estética y se había teñido el pelo y estaba tan convencido de que pasaba inadvertido, que incluso acudía a ver partidos de béisbol de los Cubs, su equipo favorito. Cuentan incluso que se encontró en el estadio con su abogado, que hablaba con un policía, y tuvo la osadía de interrumpir la conversación para saludarlo.

Pero no contaba que sería delatado por una madame de burdel llamada Anna Sage, que hizo un trato con el FBI a cambio de no ser deportada: advirtió a las autoridades que acompañaría a Dillinger y a su pareja al día siguiente al cine. Ella vestiría de naranja, para ser fácilmente reconocible, aunque ha pasado a la historia como “la mujer de rojo”, quizá por el efecto de la luz sobre la camisa (o la falda, según otras versiones) que llevaba.

La película elegida, tras descartar una comedia de Shirley Temple, fue un dramón que cuenta la historia de dos huérfanos que son adoptados por el mismo hombre: uno se convierte en gángster y el otro en fiscal, que tendrá que acusar a su hermanastro de asesinato. Para rematar el tema, ambos se enamoran de la misma mujer, la estupenda Mirna Loy. La canción Blue Moon, escrita por Richard Rodgers para su banda sonora, se convirtió en un clásico.


El 22 de julio de 1934, debía ser un domingo de un calor asfixiante: según el Chicago Tribune de ese día, 23 personas murieron a causa de las altas temperaturas. La marquesina del cine anunciaba que estaba refrigerado “con aire helado”. El trío formado por Dillinger y sus dos acompañantes entró en la sala a las 20.30, aproximadamente, y los responsables del FBI se comunicaron con Hoover para recibir instrucciones. Debían esperar a que saliera, para evitar un tiroteo en la sala, y abrir fuego a la menor sospecha. La presencia policial en el exterior era tan evidente, con 16 agentes, que el gerente del cine llamó a la policía al creer que eran ladrones que iban a robar la recaudación. Los policías le informaron de que iba a llevarse a cabo una importante misión.

A las 22,40, tal y como informó en su portada aquel día The New York Times, Dillinger y sus amigas salieron del cine. La leyenda cuenta que Purvis arrojó un puro al suelo cuando identificó al atracador de bancos, que llevaba un revolver en su funda, pero la realidad parece ser más prosaica: fue baleado por la espalda por tres agentes de la ley, que dispararon seis tiros cuando salió corriendo al verse descubierto y, supuestamente, echó mano a su arma. El tiro que lo mató le entró por el cuello, le seccionó la médula, atravesó su cerebro y le salió por la cara, bajo el ojo derecho, tal y como evidencia la máscara mortuoria que se le realizó. Dos mujeres resultaron heridas leves, por balas de rebote, que terminaron alojadas en un poste de teléfono. Cuentan las crónicas que los testigos del tiroteo lo horadaron para llevarse a casa las esquirlas y, además, sacaron sus pañuelos y los mojaron en la sangre fresca de la acera para tener un recuerdo del criminal.

El cadáver se trasladó en ambulancia a un hospital cercano, donde no llegó a ingresar, ya que se evidenció su muerte. El cuerpo quedó en el césped frente a la fachada del edificio, en espera del forense, para posteriormente ser trasladado a una morgue donde, en un nuevo gesto morboso, 15.000 personas se acercaron a verlo en el día y medio en el que estuvo expuesto. El entierro, en Indianápolis, también se convirtió en un circo, con otras 5.000 personas que robaron las flores e incluso se llevaron puñados de barro que rodeaban la tumba, antes de ser disueltos por la policía.

El miedo a que el cadáver fuera robado hizo que el padre de Dillinger encargara cuatro capas de metal y hormigón para proteger el ataúd. No le faltaba razón, la lápida con el nombre de Dillinger, su fecha de nacimiento y muerte, ha sido repuesta cuatro veces, porque la gente arranca trozos de recuerdo.

La muerte de Dillinger catapultó la carrera de Hoover al frente del FBI, mientras que Purvis  abandonó un año después la institución, en parte por su ansia de notoriedad y en parte por los celos de su superior. Escribió su autobiografía y se dedicó a diferentes negocios, para morir de manera extraña en 1960, de un disparo accidental de la pistola que llevaba aquella noche en el teatro Biograph. Cuentan que conservó una copia de la máscara mortuoria en su despacho toda su vida. La delatora dama de rojo Anna Sage, pese a colaborar con las autoridades, fue deportada a su Rumanía natal, donde murió en 1947. Polly escapó a Detroit, pero volvió semanas después, se casó y vivió en el mismo vecindario hasta su muerte, en 1969. John Dillinger, como es sabido, se convirtió en un icono pop e inspiró libros, canciones, el nombre de un grupo de rock y varias películas.

El Biograph proyectó películas hasta 2004, cuando fue remodelado y se eliminó el proyector. Hoy alberga conciertos y obras de teatro. Mientras echo un último vistazo y trato de imaginar dónde estaban los protagonistas de esta historia, un autobús de Untouchable Tours cruza salpicando en el asfalto delante de su fachada, en las ventanas hay vinilos de famosos criminales locales como Al Capone. Ninguna placa indica que allí murió John Dillinger. 



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