Acabo de terminar la última novela de mi adorado William Boyd. Se llama Tormentas cotidianas y, como el resto de sus novelas, es excelente como elemento de ficción. He de decir que he leído todas excepto la penúltima, a la que espero echar el ojo cuanto antes. Boyd elige un laboratorio farmacéutico y su desarrollo clínico en fase III como malo malísimo de la trama. Uno de los investigadores descubre que el blockbuster para el asma que la farmacéutica está a punto de comercializar ha matado a una serie de niños y es asesinado por orden de los directivos. Un pobre climatólogo, que pasaba por ahí, se ve involucrado en la historia y tendrá que renunciar a su identidad y vivir como un mendigo para sobrevivir.
La novela me ha encantado, aunque me ha dado que pensar qué es lo que han hecho de mal las farmacéuticas durante tantos años para que sean equiparadas a la industria de la droga, el tráfico de armas o de personas. Desde luego que ha habido ejemplos muy poco edificantes en los últimos 30-40 años (quizá de la talidomida), pero es un hecho que los medicamentos han salvado y salvan la vida de millones de personas a diario. ¿Se hará esa reflexión? ¿En qué consistirá si eso sucede?
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