En el cine, con John Dillinger
Xavi Granda, Chicago
1 de junio de 2015. La primavera
no parece haber llegado a Chicago, 10 grados de temperatura, lluvia y un viento
que hace que los paraguas sean unos accesorios inútiles a los que los peatones
se aferran cómicamente. Estoy en un suburbio llamado Lincoln Park, de casas
bajas de ladrillo, bien cuidadas. En el 2.433 de la larga avenida Lincoln –que
lo atraviesa en diagonal– está el teatro Biograph y allí, en un callejón junto
a la taquilla, John Dillinger fue acribillado el 22 de julio de 1934 cuando
salía de ver Manhattan Melodrama, una
película de gangsters protagonizada por Clark Gable y William Powell.
Nacido en Indianápolis en 1903,
Dillinger se convirtió en el enemigo público número 1, con una carrera criminal
legendaria –atracó un total de 24 bancos y cuatro comisarías, de donde se
llevaba armas y chalecos anti-balas– y una imagen pública de Robin Hood que
cuidó al detalle y que, a la vez, provocó la modernización del FBI. Ya con 19
años fue arrestado por robar un coche y diversos choques posteriores con la
justicia le hicieron enrolarse en la Marina, aunque desertó pronto y regresó a
su casa.
Incapaz de encontrar trabajo,
robó con un compinche una tienda de comestibles del barrio: su padre, diácono
de la iglesia local, le convenció de que se declarara culpable, esperando una
sentencia leve. Fue sentenciado de 10 a 20 años y, según confesión propia,
aprendió todo lo malo que se puede aprender dentro de una cárcel: cumplió 9
años y medio. Salió el 10 de mayo de 1933 gracias a una campaña de firmas
iniciada por su padre, que pudo reunir 188.
Sin expectativas, en plena Gran
Depresión, apenas tardó 40 días en robar su primer banco, a los que seguirían
12 más en apenas un año con un modus
operandi que ha sido posteriormente calcado por criminales de todo el
mundo: un potente coche que espera en la puerta con el motor encendido, los
atracadores que entran enmascarados, roban todo el dinero que pueden y huyen. Tras
uno de estos golpes, volvió a ser arrestado y encerrado en la cárcel de máxima
seguridad de Crown Point (Indiana), de la que se fugó de manera legendaria: con
una falsa pistola tallada en una patata (en madera, según otras fuentes), que
le sirvió para encerrar a 30 guardias, hacerse con armas de verdad y huir en el
coche del sheriff.
Esta historia –y muchas otras,
más legendarias que reales– lograron que Dillinger se convirtiera en un inmenso
negocio: la prensa detallaba pormenorizadamente todas sus acciones y vendía
millones de ejemplares. Él, consciente de su figura, incluso alimentaba a los
medios, saludando a las personas que se encontraban en los bancos que atracaba
al grito de “Buenos días, hoy es uno de los días más importantes de sus vidas
porque coinciden con John Dillinger”. Incluso los fabricantes de automóviles
alardeaban de que escapaba porque usaba uno de sus veloces modelos…
La inmensa bola de nieve conllevó
además que se acuñara el término “Enemigo Público número 1” y que Edgar Hoover,
al frente de un incipiente FBI, concediera plenos poderes al agente Melvis
Purvis para que le diera caza.
Tras escapar a diferentes
tiroteos, Dillinger eligió un suburbio de Chicago para convivir con su novia, llamada
Polly, ya que consideraba que la gran ciudad le proporcionaba anonimato. Se
había hecho la cirugía estética y se había teñido el pelo y estaba tan
convencido de que pasaba inadvertido, que incluso acudía a ver partidos de
béisbol de los Cubs, su equipo favorito. Cuentan incluso que se encontró en el
estadio con su abogado, que hablaba con un policía, y tuvo la osadía de interrumpir
la conversación para saludarlo.
Pero no contaba que sería
delatado por una madame de burdel
llamada Anna Sage, que hizo un trato con el FBI a cambio de no ser deportada:
advirtió a las autoridades que acompañaría a Dillinger y a su pareja al día
siguiente al cine. Ella vestiría de naranja, para ser fácilmente reconocible,
aunque ha pasado a la historia como “la mujer de rojo”, quizá por el efecto de
la luz sobre la camisa (o la falda, según otras versiones) que llevaba.
La película elegida, tras
descartar una comedia de Shirley Temple, fue un dramón que cuenta la historia
de dos huérfanos que son adoptados por el mismo hombre: uno se convierte en
gángster y el otro en fiscal, que tendrá que acusar a su hermanastro de
asesinato. Para rematar el tema, ambos se enamoran de la misma mujer, la
estupenda Mirna Loy. La canción Blue Moon,
escrita por Richard Rodgers para su banda sonora, se convirtió en un clásico.
El 22 de julio de 1934, debía ser un domingo de un calor asfixiante: según el Chicago Tribune de ese día, 23 personas murieron a causa de las altas temperaturas. La marquesina del cine anunciaba que estaba refrigerado “con aire helado”. El trío formado por Dillinger y sus dos acompañantes entró en la sala a las 20.30, aproximadamente, y los responsables del FBI se comunicaron con Hoover para recibir instrucciones. Debían esperar a que saliera, para evitar un tiroteo en la sala, y abrir fuego a la menor sospecha. La presencia policial en el exterior era tan evidente, con 16 agentes, que el gerente del cine llamó a la policía al creer que eran ladrones que iban a robar la recaudación. Los policías le informaron de que iba a llevarse a cabo una importante misión.
A las 22,40, tal y como informó
en su portada aquel día The New York Times, Dillinger y sus amigas salieron del
cine. La leyenda cuenta que Purvis arrojó un puro al suelo cuando identificó al
atracador de bancos, que llevaba un revolver en su funda, pero la realidad
parece ser más prosaica: fue baleado por la espalda por tres agentes de la ley,
que dispararon seis tiros cuando salió corriendo al verse descubierto y, supuestamente,
echó mano a su arma. El tiro que lo mató le entró por el cuello, le seccionó la
médula, atravesó su cerebro y le salió por la cara, bajo el ojo derecho, tal y
como evidencia la máscara mortuoria que se le realizó. Dos mujeres resultaron
heridas leves, por balas de rebote, que terminaron alojadas en un poste de
teléfono. Cuentan las crónicas que los testigos del tiroteo lo horadaron para
llevarse a casa las esquirlas y, además, sacaron sus pañuelos y los mojaron en
la sangre fresca de la acera para tener un recuerdo del criminal.
El cadáver se trasladó en
ambulancia a un hospital cercano, donde no llegó a ingresar, ya que se
evidenció su muerte. El cuerpo quedó en el césped frente a la fachada del
edificio, en espera del forense, para posteriormente ser trasladado a una
morgue donde, en un nuevo gesto morboso, 15.000 personas se acercaron a verlo
en el día y medio en el que estuvo expuesto. El entierro, en Indianápolis,
también se convirtió en un circo, con otras 5.000 personas que robaron las
flores e incluso se llevaron puñados de barro que rodeaban la tumba, antes de
ser disueltos por la policía.
El miedo a que el cadáver fuera
robado hizo que el padre de Dillinger encargara cuatro capas de metal y
hormigón para proteger el ataúd. No le faltaba razón, la lápida con el nombre
de Dillinger, su fecha de nacimiento y muerte, ha sido repuesta cuatro veces,
porque la gente arranca trozos de recuerdo.
La muerte de Dillinger catapultó
la carrera de Hoover al frente del FBI, mientras que Purvis abandonó un año después la institución, en
parte por su ansia de notoriedad y en parte por los celos de su superior.
Escribió su autobiografía y se dedicó a diferentes negocios, para morir de
manera extraña en 1960, de un disparo accidental de la pistola que llevaba
aquella noche en el teatro Biograph. Cuentan que conservó una copia de la
máscara mortuoria en su despacho toda su vida. La delatora dama de rojo Anna Sage,
pese a colaborar con las autoridades, fue deportada a su Rumanía natal, donde
murió en 1947. Polly escapó a Detroit, pero volvió semanas después, se casó y
vivió en el mismo vecindario hasta su muerte, en 1969. John Dillinger, como es
sabido, se convirtió en un icono pop e inspiró libros, canciones, el nombre de
un grupo de rock y varias películas.
El Biograph proyectó películas hasta 2004, cuando fue remodelado y se eliminó el proyector. Hoy alberga conciertos y obras de teatro. Mientras echo un último vistazo y trato de imaginar dónde estaban los protagonistas de esta historia, un autobús de Untouchable Tours cruza salpicando en el asfalto delante de su fachada, en las ventanas hay vinilos de famosos criminales locales como Al Capone. Ninguna placa indica que allí murió John Dillinger.
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